martes, 16 de marzo de 2010

Se abre el telón

Algo tiene el teatro..., que casi todo el que lo prueba, repite. Los que hemos participado en alguna obra lo sabemos bien. El teatro te da la oportunidad de meterte en la piel de otras personas, de vivir otras vidas, de olvidar por un rato quién eres, tus problemas..., para vivir los de otros. Actuar es siempre algo interesante... No siempre divertido, pero siempre aporta experiencia y, por qué no decirlo, algo de sabiduría.

Si soy sincero, no sé realmente qué es lo que me ha empujado a escribir sobre esto aquí, en el blog, después de un largo descanso de dos meses y medio (del que, dicho sea de paso, intentaré disculparme: los exámenes siempre han condicionado la vida del estudiante, y no íbamos a ser nosotros menos). Tal vez sea por la reciente confirmación de que este año se ha suspendido definitivamente la obra que estábamos preparando, y es que las cosas estaban de por sí bastante complicadas para que saliera bien... Siento que haya sido así, y creo hablar por todos. Sigo.

Actuar, en el fondo, es mentir. Mentir al público, para engañarles haciéndoles creer que lo que ven es real, que lo que están presenciando tiene algo de sentido. Pero se trata de una mentira honesta, porque el espectador que va a ver una obra de teatro, igual que el que va al cine, o el que enciende el televisor para ver el último programa de telecinco (sí, es inexplicable, pero aún hay gente que ve ese cadena), sabe de antemano que va a ser mentido, que lo que está viendo es un engaño. Y, es curioso pensarlo, el trabajo del actor es mentir. A los actores profesionales les pagan únicamente por disfrazarse y mentir. Es uno de los miles de encantos que tiene el teatro. El pacto no escrito entre el público y el actor, ese tú me mientes y yo me dejo engañar es la base de la complicidad que existe entre ambos.

Nunca olvidaré ninguna de las obras que he hecho. Sólo he tenido la ocasión de participar en tres obras diferentes, pero estoy seguro de que podría participar en dos mil más y conservaría un recuerdo nítido de todas y cada una de ellas. Es lo que tienen las obras de teatro, tanto da si asistes a ellas como actor o como público: ninguna se olvida. En ese sentido, una obra de teatro se asemeja mucho a la lista de los reyes godos, o a los primeros amores: no importa el tiempo que haya pasado, el recuerdo siempre permanece.

Hacer teatro es otra de las cosas que más me han unido a mis compañeros de reparto (qué bien suena hablar así, oiga...). Contribuir a la construcción de un todo en la que han participado muchas más personas, y saber que tus compañeros dependen de ti en la misma medida en que tú dependes de ellos, quieras o no, es algo que une bastante. Espero poder repetir esa experiencia... antes de lo previsto. Con Arte.

Para terminar, sólo unas palabras para los que rechazaron alguna vez la oportunidad de participar en una representación teatral, o para los indecisos, o para los vergonzosos. O para quien las quiera oír. La primera vez que me ofrecieron un papel en una obra de teatro, estuve a punto de negarme. El día del estreno yo era un manojo de nervios y sudor que andaba y hablaba. Estaba literalmente acojonado, pensaba que todo iba a salir más. Pero de nuevo, la magia del teatro, de la acción en directo, se mostró en todo su esplendor, y todo fue bien. Si finalmente decidí no rechazar la invitación, fue porque me sentí obligado a entrar. Y nunca podré dejar de mostrar gratitud hacia las personas que me hicieron sentir obligado, porque me descubrieron un mundo apasionante y completamente nuevo para mí.

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