domingo, 8 de agosto de 2010

Piedra

Querido Alberto, te escribo esta nota unas cuantas horas después de vivir esta historia, pero igualmente la retengo en mi memoria tal y como te la hubiese contado de haberte tenido ahí cuando la viví.

Te parecerá una tontería, o no, pero yo te lo contaré.

Estoy en el pueblo de visita, unos amigos fuimos a una especie de camping a pasar el rato por la noche. Tras haber tenido una interesante charla-debate sobre política y la sociedad y tantas otras cosas me he levantado de la mesa de piedra para ir a tumbarme por ahí a relajarme un poco. Justo ahora estoy echado boca arriba y puedo ver el cielo infinito sobre mí, ese mismo cielo sobre el que tanto hemos debatido tu y yo en el pasado y sobre el cual ya sabes alguna de mis impresiones e inquietudes.

Nada mas tumbarme en aquel rígido suelo de piedra, algo se clavó en mi espalda. Me levanté a ver que era y resultó ser una molesta piedra, un pequeño trozo de pizarra, como las que hay en Valverde. Me detuve a observarla un momento y descubrí que estaba cuidadosamente afilada por dos lados, parecía una improvisada punta de flecha.

Ahora pienso mientras la sostengo en mis manos en quién habrá podido tallar la piedra y para qué. Algo tan duro y cortante pudo resultar útil para cortar la piel de una fruta o abrir un envase, ya que estábamos en un camping. Puede que la hiciese alguien que necesitaba una herramienta concreta para esta función o alguna otra. Puede que fuese casualidad que hubiese acabado ahí, tal vez nadie la talló realmente, o quizás se tratase de una antigua pieza de un objeto parecido a una herramienta más compleja y antigua. Podría ser la punta de una flecha, que hace mucho tiempo formase parte de la colección de tantas otras, para cazar. Podría tener una antigüedad u otra, seguía siendo una maldita piedra que había acabado ahí. Había mil maneras y mil explicaciones posibles que nunca jamás sabre por mucho que piense en ello. O no.

¿Sabes qué hice en el mismo momento en que la noté debajo de mi, tras cogerla pensar todo esto en menos de un segundo?

La tiré, me molestaba. Y no pensé en ningún momento si alguien la volverá a encontrar y si se preguntará algo de esto.

No lo sabré nunca.

lunes, 14 de junio de 2010

Música en nuestra vida: Sultans of Swing

A ritmo de los Sultans, puedo escribir sobre ellos. Y es que en más de una ocasión, he comentado a mis amistades más cercanas la simpatía que me despierta la idea de esta banda ficticia que describen los Dire Straits, uno de mis grupos favoritos.

Dentro de esta magnífica y diría que legendaria composición en la historia del Rock, en la cual encontramos algunas de las más originales combinaciones de acordes, punteos y rasgueos; nos situamos no solo en una obra de una calidad altísima, versionada miles de veces no solo por los propios Dire sino por músicos de todo el mundo, sino en una composición que habla de la propia banda en sus inicios.

Y es que la fama no viene sola, y soy defensor de los grupos que no alcanzan la fama de las masas. Una banda de Rock o de cualquier otro género, no es mejor por que la conozca todo el mundo, o por sonar en los 40, lo que tiene que hacer la música es llegar al alma de cada uno.

Sultans of Swing es uno de estos grupillos de músicos con una vida detrás de cada instrumento, tocando cada viernes por la noche en algún bar perdido del sur de Londres. Interpretan su música en un ambiente nocturno, rodeados de borrachos y gente a la que no le importa su música ni ellos mismos, gente incluso que desprecia sus actuaciones. Ellos simplemente, tocan, entre la competencia de las bandas que tocan en otros bares, y puede incluso que sus vidas, el único punto en que se crucen sea el propio grupo. Sabemos que uno de ellos tiene un trabajo de día y no necesita realmente tocar con ellos, pero lo sigue haciendo. Otro es un virtuoso de la guitarra, capaz de tocar el Honky Tonk como si nada.

Dire Straits nos estaba diciendo con este tema que por encima de todo, está la propia música y el músico que disfrute haciéndola y compartiéndola, independientemente de todo lo demás. Nos quiere hacer llegar ese suave sonido que tenía la banda protagonista del tema. Incita a pensar que el éxito no lo es todo mientras tengas la satisfacción personal de acabar tu tarea dando las buenas noches a un público que, te haya hecho más o menos caso, ha estado ahí, con la mínima esperanza de que como mínimo, se encuentre una persona entre el público que aprecie lo que has hecho, y si no, siempre queda uno mismo y los compañeros de la formación.

Puede que los Sultans nunca sonasen en la radio de Londres mientras que Dire Straits salió adelante y fue conociéndose entre la gente. Puede que después de tanto esfuerzo desaparecieran o no saliesen jamás de aquellos baretos de mala muerte, pero su música existió, y esa marca no la podía borrar nadie. Siempre podrán tocar una vez más “Creole”.

Una canción escrita para todos aquellos que saben a ciencia cierta, que la música a fin de cuentas es lo único que importa.

sábado, 20 de marzo de 2010

El tiempo (II) - Oir música

Venia oyendo a Bunbury, y no solo me acorde de un gran amigo oyendo sus frases.
Por primera vez, llevando el coche camino a casa no tenía ganas de llegar y acostarme. De hecho, no tenía ni ganas ni de llegar, y punto. ¿Cuánto tiempo puedes quedarte en la misma carretera en movimiento evitando acabar el camino tocando la meta? Me puse a pensar oyendo esa misma canción en todo lo que había vivido y que claramente describía el tema y me identifiqué. Hubiera querido quedarme toda la noche oyéndola, sin esperar a tener que aparcar el coche delante de mi casa. La canción terminó y empezó a sonar “Buscando una luna” de Extremoduro… Quizás la música me gusta tanto por que me puedo encontrar en ella, las estrofas de una canción pueden “calarte hondo” como decía Bunbury en el tema anterior, era alucinante.

La música, eso sí, es un arte limitado al tiempo, al momento. Para poder disfrutarla, hay que ser consciente que cada nanosegundo que transcurra oyéndola, llegará y se marchará, dejando su huella. Si quieres volver a repetir un solo momento de una canción que te llegue, hay que volver a repetir ese momento, encerrado en el propio tiempo.

Puede incluso haber gente que lo considere perder el tiempo, que oir música te roba los segundos y prefieran gozar el arte de otro modo. Artes no encerradas en el tiempo (no directamente al menos) como la pintura, son un ejemplo, ya que la atención visual la controla uno mismo, no como en la música, ya que este tipo de obra no puedes “mirarla”, solo escucharla en el maldito tiempo. Qué bonito sería poder escuchar música continuamente, no necesariamente tiene que ser una música con letra o estructura, lo importante es saber identificarse en ella. “Un momento se va y no vuelve a pasar”

Sin embargo, una canción que se goce aun siendo conscientes de su limitación, no es muy distinta a un viaje en coche. Sales de un punto para acabar en otro, y vas a llegar quieras o no (a no ser que te detengas, no queriendo aludir males mayores).

Se que esta canción me gusta tanto justo por eso, por que a pesar de estar encerrada en el tiempo, cada vez que invierto el mismo en escucharla atentamente, me transmite esa sensación de compañía, de comprensión, de identificación. Como si hubiera salido de mi propia mente, o como si compartiese la experiencia con el artista.

No se si es que a Robe le pudo pasar lo mismo, pero escuchándole en esta canción puedo oír algo que aun grito en mi interior “Que no pasa nada, ¡que no pasa nada!” Oyendo estos gritos casi rozando el sofoco y el llanto, una mentira a uno mismo, un engaño al propio corazón. Al gritar esto, si realmente Robe lo expresó así a posta, está claro que sí que pasa. Y es donde veo toda la verdad en esta composición.

Es una pena que se acabase. Buscando otras canciones en el disco no encontré ninguna que me apeteciera especialmente oír. Así que volví a oír a un volumen más bajo “Buscando una luna”, ya que entraba por fin en el Pueblo y no quería armar jaleo por las calles con el sonido de mis altavoces. ¿Veis? Mi viaje también llegaba a su fin, cómo evitarlo. No podemos controlar el tiempo ni el corazón, pero podemos aprovecharlo también para sentirnos un poquito acompañados, si oímos música.

O no.

martes, 16 de marzo de 2010

Se abre el telón

Algo tiene el teatro..., que casi todo el que lo prueba, repite. Los que hemos participado en alguna obra lo sabemos bien. El teatro te da la oportunidad de meterte en la piel de otras personas, de vivir otras vidas, de olvidar por un rato quién eres, tus problemas..., para vivir los de otros. Actuar es siempre algo interesante... No siempre divertido, pero siempre aporta experiencia y, por qué no decirlo, algo de sabiduría.

Si soy sincero, no sé realmente qué es lo que me ha empujado a escribir sobre esto aquí, en el blog, después de un largo descanso de dos meses y medio (del que, dicho sea de paso, intentaré disculparme: los exámenes siempre han condicionado la vida del estudiante, y no íbamos a ser nosotros menos). Tal vez sea por la reciente confirmación de que este año se ha suspendido definitivamente la obra que estábamos preparando, y es que las cosas estaban de por sí bastante complicadas para que saliera bien... Siento que haya sido así, y creo hablar por todos. Sigo.

Actuar, en el fondo, es mentir. Mentir al público, para engañarles haciéndoles creer que lo que ven es real, que lo que están presenciando tiene algo de sentido. Pero se trata de una mentira honesta, porque el espectador que va a ver una obra de teatro, igual que el que va al cine, o el que enciende el televisor para ver el último programa de telecinco (sí, es inexplicable, pero aún hay gente que ve ese cadena), sabe de antemano que va a ser mentido, que lo que está viendo es un engaño. Y, es curioso pensarlo, el trabajo del actor es mentir. A los actores profesionales les pagan únicamente por disfrazarse y mentir. Es uno de los miles de encantos que tiene el teatro. El pacto no escrito entre el público y el actor, ese tú me mientes y yo me dejo engañar es la base de la complicidad que existe entre ambos.

Nunca olvidaré ninguna de las obras que he hecho. Sólo he tenido la ocasión de participar en tres obras diferentes, pero estoy seguro de que podría participar en dos mil más y conservaría un recuerdo nítido de todas y cada una de ellas. Es lo que tienen las obras de teatro, tanto da si asistes a ellas como actor o como público: ninguna se olvida. En ese sentido, una obra de teatro se asemeja mucho a la lista de los reyes godos, o a los primeros amores: no importa el tiempo que haya pasado, el recuerdo siempre permanece.

Hacer teatro es otra de las cosas que más me han unido a mis compañeros de reparto (qué bien suena hablar así, oiga...). Contribuir a la construcción de un todo en la que han participado muchas más personas, y saber que tus compañeros dependen de ti en la misma medida en que tú dependes de ellos, quieras o no, es algo que une bastante. Espero poder repetir esa experiencia... antes de lo previsto. Con Arte.

Para terminar, sólo unas palabras para los que rechazaron alguna vez la oportunidad de participar en una representación teatral, o para los indecisos, o para los vergonzosos. O para quien las quiera oír. La primera vez que me ofrecieron un papel en una obra de teatro, estuve a punto de negarme. El día del estreno yo era un manojo de nervios y sudor que andaba y hablaba. Estaba literalmente acojonado, pensaba que todo iba a salir más. Pero de nuevo, la magia del teatro, de la acción en directo, se mostró en todo su esplendor, y todo fue bien. Si finalmente decidí no rechazar la invitación, fue porque me sentí obligado a entrar. Y nunca podré dejar de mostrar gratitud hacia las personas que me hicieron sentir obligado, porque me descubrieron un mundo apasionante y completamente nuevo para mí.

jueves, 31 de diciembre de 2009

2010

Me pidieron que escribiera una entrada corta, y aquí está.

Ojalá que el año 2010 sea uno de los mejores de vuestras vidas.
Un abrazo para todos.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Feliz Navidad... ¿a todos?

Seamos sinceros. Me cansa un poco que todo el mundo me desee feliz Navidad. Que no se me malinterprete. Me gusta que mi gente se acuerde de mí en estas fechas. Recalco el posesivo: “mi” gente. Pero mi gente, y ya. El otro día, fui a devolver un libro a la biblioteca, y nada más entrar me topé con un cartel con una felicitación navideña escrita. Al salir de la estación de tren, me encontré con un autobús en cuyo cartel electrónico (donde normalmente estaría el número de línea) podía leerse “Feliz Navidad”. Llegué a casa y miré el buzón: una carta de felicitación de El Corte Inglés, firma del presidente (eso sí, escaneada) incluida. Encendí la televisión, y los típicos anuncios publicitarios “La compañía telefónica X te desea feliz Navidad”, “Coca-cola te desea feliz Navidad”, “la Asociación de Defensores del Gato Montés de Villarrobledo del Medio te desea feliz Navidad”... tardaron poco en aparecer. Luego están los contactos de Tuenti o Messenger, que apenas conoces de una hora, que envían eventos masivos de felicitación a todos sus contactos, como si significaran algo para ti.

En resumen, la hipocresía (ese bendito disfraz...) nos rodea, incluso en estas fechas, cuando todo parece bonito y nevado. Y es que somos hipócritas hasta en Navidad, cuando felicitamos por obligación o por compromiso, y no porque en realidad nuestras palabras amables se correspondan con nuestros verdaderos sentimientos.

Por eso, he decidido despedir el año con una pequeña dosis de sinceridad: sólo voy a felicitar la Navidad a aquellos que en realidad signifiquen algo para mí. Empiezo.

Feliz Navidad a mi familia. No a toda mi familia, sólo a aquélla parte que de verdad me importa. A mis padres, por ejemplo, que tienen el cielo ganado. Y a mis amigos. No a todos mis amigos, sólo a los de verdad. A los que recordaré siempre, incluso aunque nuestros caminos se separen algún día.

Feliz Navidad a todos los que se han reído conmigo. Y a los que han llorado conmigo. Y a los que han hecho ambas cosas a la vez, que es posible, por raro que pueda parecer. Feliz navidad también para todos aquellos con quienes he reído, o llorado, y, por supuesto, para aquellos con quienes he hecho ambas cosas a la vez.

Feliz Navidad a los que han estado ahí. Y a los que no han estado, pero les gustaría haber estado.

Feliz Navidad a todos los que intentan hacerme la vida más agradable, aunque no les vaya incluido en el sueldo. A la chica que me sirve la comida en la cafetería de la facultad, porque siempre me llama “cielo”. Y al señor que vende los billetes de tren en la renfe en el turno de tarde, porque siempre te sale con alguna bromilla graciosa, y eso siempre se agradece.

Feliz Navidad a mis profesores de Bioquímica, por tener la paciencia suficiente para pasarse durante una hora resolviendo mis desesperadas dudas, en privado y a cuatro días del examen. Felicitaciones para mi profesor de Física, porque Jesús dijo que hay que amar a nuestros enemigos.

Feliz Navidad a todos los que no me han dejado solo. A los que no me han rechazado. A los que han soportado mis días tontos. A los que me han pedido perdón, y a los que me han perdonado. Feliz Navidad a los que han sabido guardarme un secreto. A todos aquellos en quienes he confiado. Y aquellos que me han permitido saber lo que se siente cuando alguien confía en ti.

Feliz Navidad a todos los chicos y chicas de teatro, por esas mañanas, y tardes, y noches. Y por esos nervios inconfundibles. Feliz Navidad a los kamikazes, porque no sabéis hasta qué punto sois importantes para mí. Y a mis compañeros de la uni, por lo rápidamente que habéis hecho desaparecer mi miedo al cambio.

Feliz Navidad a los lectores del blog, que sois pocos pero fieles, por la paciencia que demostráis leyendo nuestras idas de olla.

Feliz Navidad, en definitiva, a todos los que han significado algo para mí en este año que se nos escapa. Y a todos aquellos para quienes yo he significado algo. Y a los demás...

A los demás, que sean otros quienes se encarguen de felicitarlos.

viernes, 4 de diciembre de 2009

¿Por qué dejé de ir a la iglesia?

Quiero dejar claro que este artículo (o como queráis llamarlo) no es en absoluto una crítica a toda la Iglesia católica en su conjunto. Antes he respetado, respeto ahora y respetaré siempre cualquier tipo de creencia religiosa, y la Iglesia católica no es menos. Siempre admiraré y defenderé la labor de los curas de pueblo, de los misioneros y demás voluntarios que actúan por su fe. Esta crítica no va dirigida en absoluto a ellos, sino más bien a todos los carcas vaticanos que no pueden ni vérsela cuando mean. También quiero aclarar que no tiene nada que ver ser no-practicante y ser ateo. Creo en Dios, y cada vez estoy más convencido, y no tengo ningún reparo en decirlo. Pero no en la Iglesia. Y que conste que le concedo muchas cosas a la Iglesia. Le concedo, por ejemplo, que no es tan mala como algunos nos quieren hacer creer. De todas formas, no me voy a extender más con las advertencias previas. Total, nunca sirven para nada.

Siempre, durante toda mi infancia, y hasta hace cosa de un año, me he comportado como un verdadero religioso-cristiano-católico-practicante, y eso incluía ir a misa los domingos (los sábados también valía) y hasta incluso cumplir religiosamente (nunca mejor dicho) los mandamientos (excepto el sexto, que ése no lo cumple ni Dios).

Poco a poco me fui distanciando. El último año de preparación antes de la confirmación (que a mí sólo me sirvió para comprarme un traje gris muy mono que luego me sirvió para un par de obras de teatro) fue sencillamente horrible. Nos pasaban lista, como en un examen, nos obligaban a ir de “convivencia”, lo de saltarse una misa tenía unas consecuencias peores que matar a tu madre, y encima teníamos que pagar para ello. Todo eso terminó con las pocas ganas que me quedaban de seguir pasándome por allí.

Hace poco me fui de boda una boda (sí, uno de esos eventos cuya finalidad principal es lucir vestido nuevo y emborracharse hasta el coma), con ritual religioso incluido. Me dediqué a escuchar el sermón del cura, con la esperanza de encontrar en él algo que justificara todas las horas que perdí los domingos por la mañana hasta mis dieciséis años, algo que me dijera: “después de todo, la Iglesia no es tan mala. Ha merecido la pena”. Mi gozo en un pozo. Sucedió todo lo contrario. El cura, más franquista que Franco, haciendo se su capa un sayo, o por mejor decir, de su sotana una armadura, soltó por su boquita de piñón un discurso intolerante, homofóbico y mentiroso. Exaltó el matrimonio eclesiástico, que, según él, estaba “de enhorabuena”. Y una mierda. Cada vez menos gente se casa por la Iglesia, y a la mayoría de los que lo hacen (como era el caso) les sobran dedos al contar las veces que han pisado una iglesia. Luego empezó a meterse con cualquier otra orientación sexual que no fuera la heterosexual, llegando a calificarlas de indignas. Posteriormente, el discurso siguió una temática política. Desconecté, y para pasar el rato, me dediqué a hacer una lista mental de todos los porqués que me habían alejado de la Iglesia.

¿Por qué...?

Porque estoy harto de que hablen de respeto y de tolerancia cuando sus armas son la amenaza y el miedo.
Porque no entiendo su absurda y repugnante aversión hacia aspectos de la vida tan sanos como el sexo.
Porque da igual lo que diga la medicina, la biología, la astrofísica o cualquier otra ciencia o conocimiento lógico basado en la razón, si va en contra de sus principios morales, que son cualquier cosa menos morales.
Porque estoy hasta los cojones de que siempre traten de imponer su moral radical y absolutista.
Porque los mandamientos ya no los cumple ni Dios.
Porque a estas alturas de la vida, no dejo que nadie me diga qué puedo hacer y qué no.
Porque si te haces una paja vas al infierno.
Porque si follas antes de casarte vas al infierno.
Porque si cometes el imperdonable error de amar a alguien de tu mismo sexo, vas al infierno.
Porque si miras a una chica en minifalda, vas al infierno.
Porque si no vas a misa, vas al infierno.
Porque cualquier cosa que puedas hacer para mejorar tu vida, para decidir por ti mismo, o para ser más libre, te va a conducir irremediablemente al infierno.
Porque el infierno me la come.
Porque estoy harto de que identifiquen la homosexualidad con la pedofilia en sus sermones mientras dejan el emule abierto para descargarse la última peli de porno infantil.
Porque cada uno debe vivir su fe (o su no fe) como le salga de las pelotas.
Porque a saber de dónde sale el humo de la fumata blanca.
Porque es inadmisible que acusen a los políticos pro-abortistas de asesinos y los amenacen con la excomunión mientras permiten que Augusto Pinochet comulgue y se queden tan panchos.
Porque si por ellos fuera, aún estaríamos quemando brujas en el World Trade Center.
Porque el voto de pobreza se lo pasan por el forro del monedero, y el de castidad, por el de los cojones.
Porque predicar la humildad y la servidumbre mientras se preside un país y se posee un banco privado, quieras o no, queda un poco raro.
Porque un señor vestido de negro y rojo con una bufanda en la cintura y un gorrito ridículo en la calva no es un cardenal: es una broma con patas.
Porque con una columna de El Vaticano se erradicaba el hambre en el mundo.
Porque el uso adecuado del preservativo sí sirve para frenar el avance del sida, panda de subnormales.
Porque si yo no he oído a Zetapé decir misa, tampoco quiero que los curas transformen sus sermones en mítines políticos.
Porque aquí cada uno se jode cuando le toca, y ya no estamos en la Edad media.
Porque las viejas que se pasan todo el día rezando de corrido sin pensar qué coño están diciendo me dan mazo de grima.
Porque el Ratzinger me cae mal, por muy bien toque el piano, y más después de haber escogido un nombre tan fuera de moda como Benedicto, pudiendo haberse llamado Sixto VI, con lo gracioso que hubiera estado.

En definitiva, porque es verdad que no pisar la iglesia no me hace mejor persona..., pero creo no equivocarme si digo que tampoco me hace peor. Y al menos me permite sentirme un poco más sincero conmigo mismo.

Un saludo.