jueves, 31 de diciembre de 2009

2010

Me pidieron que escribiera una entrada corta, y aquí está.

Ojalá que el año 2010 sea uno de los mejores de vuestras vidas.
Un abrazo para todos.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Feliz Navidad... ¿a todos?

Seamos sinceros. Me cansa un poco que todo el mundo me desee feliz Navidad. Que no se me malinterprete. Me gusta que mi gente se acuerde de mí en estas fechas. Recalco el posesivo: “mi” gente. Pero mi gente, y ya. El otro día, fui a devolver un libro a la biblioteca, y nada más entrar me topé con un cartel con una felicitación navideña escrita. Al salir de la estación de tren, me encontré con un autobús en cuyo cartel electrónico (donde normalmente estaría el número de línea) podía leerse “Feliz Navidad”. Llegué a casa y miré el buzón: una carta de felicitación de El Corte Inglés, firma del presidente (eso sí, escaneada) incluida. Encendí la televisión, y los típicos anuncios publicitarios “La compañía telefónica X te desea feliz Navidad”, “Coca-cola te desea feliz Navidad”, “la Asociación de Defensores del Gato Montés de Villarrobledo del Medio te desea feliz Navidad”... tardaron poco en aparecer. Luego están los contactos de Tuenti o Messenger, que apenas conoces de una hora, que envían eventos masivos de felicitación a todos sus contactos, como si significaran algo para ti.

En resumen, la hipocresía (ese bendito disfraz...) nos rodea, incluso en estas fechas, cuando todo parece bonito y nevado. Y es que somos hipócritas hasta en Navidad, cuando felicitamos por obligación o por compromiso, y no porque en realidad nuestras palabras amables se correspondan con nuestros verdaderos sentimientos.

Por eso, he decidido despedir el año con una pequeña dosis de sinceridad: sólo voy a felicitar la Navidad a aquellos que en realidad signifiquen algo para mí. Empiezo.

Feliz Navidad a mi familia. No a toda mi familia, sólo a aquélla parte que de verdad me importa. A mis padres, por ejemplo, que tienen el cielo ganado. Y a mis amigos. No a todos mis amigos, sólo a los de verdad. A los que recordaré siempre, incluso aunque nuestros caminos se separen algún día.

Feliz Navidad a todos los que se han reído conmigo. Y a los que han llorado conmigo. Y a los que han hecho ambas cosas a la vez, que es posible, por raro que pueda parecer. Feliz navidad también para todos aquellos con quienes he reído, o llorado, y, por supuesto, para aquellos con quienes he hecho ambas cosas a la vez.

Feliz Navidad a los que han estado ahí. Y a los que no han estado, pero les gustaría haber estado.

Feliz Navidad a todos los que intentan hacerme la vida más agradable, aunque no les vaya incluido en el sueldo. A la chica que me sirve la comida en la cafetería de la facultad, porque siempre me llama “cielo”. Y al señor que vende los billetes de tren en la renfe en el turno de tarde, porque siempre te sale con alguna bromilla graciosa, y eso siempre se agradece.

Feliz Navidad a mis profesores de Bioquímica, por tener la paciencia suficiente para pasarse durante una hora resolviendo mis desesperadas dudas, en privado y a cuatro días del examen. Felicitaciones para mi profesor de Física, porque Jesús dijo que hay que amar a nuestros enemigos.

Feliz Navidad a todos los que no me han dejado solo. A los que no me han rechazado. A los que han soportado mis días tontos. A los que me han pedido perdón, y a los que me han perdonado. Feliz Navidad a los que han sabido guardarme un secreto. A todos aquellos en quienes he confiado. Y aquellos que me han permitido saber lo que se siente cuando alguien confía en ti.

Feliz Navidad a todos los chicos y chicas de teatro, por esas mañanas, y tardes, y noches. Y por esos nervios inconfundibles. Feliz Navidad a los kamikazes, porque no sabéis hasta qué punto sois importantes para mí. Y a mis compañeros de la uni, por lo rápidamente que habéis hecho desaparecer mi miedo al cambio.

Feliz Navidad a los lectores del blog, que sois pocos pero fieles, por la paciencia que demostráis leyendo nuestras idas de olla.

Feliz Navidad, en definitiva, a todos los que han significado algo para mí en este año que se nos escapa. Y a todos aquellos para quienes yo he significado algo. Y a los demás...

A los demás, que sean otros quienes se encarguen de felicitarlos.

viernes, 4 de diciembre de 2009

¿Por qué dejé de ir a la iglesia?

Quiero dejar claro que este artículo (o como queráis llamarlo) no es en absoluto una crítica a toda la Iglesia católica en su conjunto. Antes he respetado, respeto ahora y respetaré siempre cualquier tipo de creencia religiosa, y la Iglesia católica no es menos. Siempre admiraré y defenderé la labor de los curas de pueblo, de los misioneros y demás voluntarios que actúan por su fe. Esta crítica no va dirigida en absoluto a ellos, sino más bien a todos los carcas vaticanos que no pueden ni vérsela cuando mean. También quiero aclarar que no tiene nada que ver ser no-practicante y ser ateo. Creo en Dios, y cada vez estoy más convencido, y no tengo ningún reparo en decirlo. Pero no en la Iglesia. Y que conste que le concedo muchas cosas a la Iglesia. Le concedo, por ejemplo, que no es tan mala como algunos nos quieren hacer creer. De todas formas, no me voy a extender más con las advertencias previas. Total, nunca sirven para nada.

Siempre, durante toda mi infancia, y hasta hace cosa de un año, me he comportado como un verdadero religioso-cristiano-católico-practicante, y eso incluía ir a misa los domingos (los sábados también valía) y hasta incluso cumplir religiosamente (nunca mejor dicho) los mandamientos (excepto el sexto, que ése no lo cumple ni Dios).

Poco a poco me fui distanciando. El último año de preparación antes de la confirmación (que a mí sólo me sirvió para comprarme un traje gris muy mono que luego me sirvió para un par de obras de teatro) fue sencillamente horrible. Nos pasaban lista, como en un examen, nos obligaban a ir de “convivencia”, lo de saltarse una misa tenía unas consecuencias peores que matar a tu madre, y encima teníamos que pagar para ello. Todo eso terminó con las pocas ganas que me quedaban de seguir pasándome por allí.

Hace poco me fui de boda una boda (sí, uno de esos eventos cuya finalidad principal es lucir vestido nuevo y emborracharse hasta el coma), con ritual religioso incluido. Me dediqué a escuchar el sermón del cura, con la esperanza de encontrar en él algo que justificara todas las horas que perdí los domingos por la mañana hasta mis dieciséis años, algo que me dijera: “después de todo, la Iglesia no es tan mala. Ha merecido la pena”. Mi gozo en un pozo. Sucedió todo lo contrario. El cura, más franquista que Franco, haciendo se su capa un sayo, o por mejor decir, de su sotana una armadura, soltó por su boquita de piñón un discurso intolerante, homofóbico y mentiroso. Exaltó el matrimonio eclesiástico, que, según él, estaba “de enhorabuena”. Y una mierda. Cada vez menos gente se casa por la Iglesia, y a la mayoría de los que lo hacen (como era el caso) les sobran dedos al contar las veces que han pisado una iglesia. Luego empezó a meterse con cualquier otra orientación sexual que no fuera la heterosexual, llegando a calificarlas de indignas. Posteriormente, el discurso siguió una temática política. Desconecté, y para pasar el rato, me dediqué a hacer una lista mental de todos los porqués que me habían alejado de la Iglesia.

¿Por qué...?

Porque estoy harto de que hablen de respeto y de tolerancia cuando sus armas son la amenaza y el miedo.
Porque no entiendo su absurda y repugnante aversión hacia aspectos de la vida tan sanos como el sexo.
Porque da igual lo que diga la medicina, la biología, la astrofísica o cualquier otra ciencia o conocimiento lógico basado en la razón, si va en contra de sus principios morales, que son cualquier cosa menos morales.
Porque estoy hasta los cojones de que siempre traten de imponer su moral radical y absolutista.
Porque los mandamientos ya no los cumple ni Dios.
Porque a estas alturas de la vida, no dejo que nadie me diga qué puedo hacer y qué no.
Porque si te haces una paja vas al infierno.
Porque si follas antes de casarte vas al infierno.
Porque si cometes el imperdonable error de amar a alguien de tu mismo sexo, vas al infierno.
Porque si miras a una chica en minifalda, vas al infierno.
Porque si no vas a misa, vas al infierno.
Porque cualquier cosa que puedas hacer para mejorar tu vida, para decidir por ti mismo, o para ser más libre, te va a conducir irremediablemente al infierno.
Porque el infierno me la come.
Porque estoy harto de que identifiquen la homosexualidad con la pedofilia en sus sermones mientras dejan el emule abierto para descargarse la última peli de porno infantil.
Porque cada uno debe vivir su fe (o su no fe) como le salga de las pelotas.
Porque a saber de dónde sale el humo de la fumata blanca.
Porque es inadmisible que acusen a los políticos pro-abortistas de asesinos y los amenacen con la excomunión mientras permiten que Augusto Pinochet comulgue y se queden tan panchos.
Porque si por ellos fuera, aún estaríamos quemando brujas en el World Trade Center.
Porque el voto de pobreza se lo pasan por el forro del monedero, y el de castidad, por el de los cojones.
Porque predicar la humildad y la servidumbre mientras se preside un país y se posee un banco privado, quieras o no, queda un poco raro.
Porque un señor vestido de negro y rojo con una bufanda en la cintura y un gorrito ridículo en la calva no es un cardenal: es una broma con patas.
Porque con una columna de El Vaticano se erradicaba el hambre en el mundo.
Porque el uso adecuado del preservativo sí sirve para frenar el avance del sida, panda de subnormales.
Porque si yo no he oído a Zetapé decir misa, tampoco quiero que los curas transformen sus sermones en mítines políticos.
Porque aquí cada uno se jode cuando le toca, y ya no estamos en la Edad media.
Porque las viejas que se pasan todo el día rezando de corrido sin pensar qué coño están diciendo me dan mazo de grima.
Porque el Ratzinger me cae mal, por muy bien toque el piano, y más después de haber escogido un nombre tan fuera de moda como Benedicto, pudiendo haberse llamado Sixto VI, con lo gracioso que hubiera estado.

En definitiva, porque es verdad que no pisar la iglesia no me hace mejor persona..., pero creo no equivocarme si digo que tampoco me hace peor. Y al menos me permite sentirme un poco más sincero conmigo mismo.

Un saludo.

domingo, 29 de noviembre de 2009

El revisor

Érase una vez un revisor de tren. Cada mañana, como siempre, con el uniforme de la RENFE y una sonrisa dibujada en los labios, un poco de cumplido, sí, pero a pesar de ello amable y sincera en cierto modo, el revisor va pidiéndoles el billete a los pasajeros, siempre anteponiendo una disculpa, como si no le gustara desconfiar, como si no le pagaran para desconfiar, perdone, podría dejarme ver su billete; por supuesto, aquí está; de acuerdo, todo en orden, gracias; de nada; adiós; adiós.

El revisor examina los billetes con cierta rapidez, pero sin acelerarse, sin agobiar, sin que parezca que le va la vida en registrar a todos y cada uno de los pasajeros del tren, como un policía vallecano en plena redada. Al pasear por los vagones, ve caras conocidas, algunas más jóvenes que otras. Los que portan carné de transporte son generalmente universitarios, a muchos los ve a diario, cómo no los va a reconocer, si cogen cada día el mismo tren, el de las ocho y cuatro, y ya ni siquiera se molesta en pedirles la documentación, para qué, si sabe que la tienen aunque no la lleven encima; a veces cruzan un par de palabras, qué tal lo llevas, joven (el revisor podría llamar al estudiante por su nombre, tiene una memoria prodigiosa, pero no lo hace por respeto, casi por humildad, también por si el estudiante se molesta, ya ves qué tontería, pero “joven”, de cualquier modo, es un adjetivo adecuado), bien, aquí con la química a cuestas, qué se le va a hacer; en fin, quién tuviera tu edad para poder estudiar; nunca es tarde; eso lo puedes decir tú, que tienes toda tu vida por delante, yo estoy mayor; no diga usted eso, nunca es tarde; sí, hijo, a veces es tarde, aunque duela reconocerlo, en fin, me voy a seguir revisando, suerte con eso, adiós, joven; adiós.

Bastantes veces le ha ocurrido al revisor encontrarse con gente sin billete ni carné ni bono alguno, y en estos casos es difícil encontrar dos reacciones iguales, algunos protestan al principio por lo bajo, pero acaban pagando; otros, piden disculpas; los menos, se dirigen a él cuando lo ven para pagar honradamente el precio del tique. Y un reducido grupo comienzan a despotricar contra la administración, contra la RENFE y contra los malditos revisores, y se niegan a pagar. Sólo un par de veces en toda su vida le ha tocado soportar situaciones así, de modo que tampoco puede quejarse demasiado.

Si algo ha aprendido el revisor es que no hay dos billetes de tren iguales. Fruto de la experiencia, está capacitado para comprobar la validez de un boleto en un vistazo fugitivo. Arriba, a la derecha, está escrita la fecha y la hora de compra. Si ésta está demasiado próxima a la hora de salida del tren, es fácil deducir que el pasajero ha llegado precipitadamente, al vagón, prácticamente al cierre de las puertas, denota, por tanto, impuntualidad, tal vez despreocupación. A veces el billete está arrugado: con probabilidad, el pasajero está nervioso. El número de billetes arrugados aumenta considerablemente en épocas de exámenes, y en junio a veces resulta difícil leerlos. En otras ocasiones, el cartoncillo está mojado y las letras borrosas, y eso puede significar que está lloviendo, pero, si en un rápido vistazo al exterior, el revisor observa que el día es soleado, el diagnóstico es menos satisfactorio, sobre todo si la humedad va acompañada de ojos llorosos.

Los billetes de tren pueden guardarse en mil sitios diferentes. Hay lectores que los emplean como marcadores de página provisionales; es frecuente que las chicas los saquen del bolso, y los chicos, del bolsillo o de la cartera. Los más despistados no se acuerdan de dónde los han metido, disculpe, señor, un segundo, le juro que lo tengo, pero no sé dónde; tranquilo, sin prisa; es que no sé dónde lo he podido meter…, ah, aquí está, tome; de acuerdo, todo en orden, gracias; de nada; adiós; adiós.

Tampoco es lo mismo un billete de cercanías que uno de larga distancia. Los portadores de los primeros suelen ser trabajadores o los ya mencionados estudiantes, que aprovechan las ventajas del transporte público y evitan los atascos, el no tener dónde estacionar y las demás desventajas de los desplazamientos en automóvil. Los segundos van más allá, tal trabajen más lejos, tal vez vayan a ver a la familia, o, quién sabe, tal vez quieran marcharse lejos, huir de lo cercano, olvidar…

Es curiosa la cantidad de cosas que la gente puede decirnos, consciente o inconscientemente, a través de las pequeñas acciones que realizan. Casi tantas como un billete de tren. Sólo es preciso saber leer entre líneas.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Los límites de la libertad

Si existe o no el destino es algo que todos nos hemos planteado alguna vez. La idea de que nuestro futuro ya está escrito en alguna parte, vete tú a saber dónde, ha sido una constante en el pensamiento humano desde que el mundo es mundo. No obstante, aún no ha habido en la Historia ninguna mente pensante que haya osado demostrar la existencia de algo tan complicado como el destino. Pero la duda sigue ahí, y mientras la idea del determinismo siga ahí, la libertad, de la que tanto oímos hablar a diario en la tele, en la radio, en los periódicos y en la calle, queda completamente en entredicho.

Pero el ser humano ante todo busca la comodidad, y lo cierto es que a todos, o a la mayoría, nos gusta pensar que somos libres a la hora de tomar una decisión. Pero, ¿qué es exactamente la libertad? Para mí, la libertad, si es que existe, y ese punto es importante, es la capacidad, exclusivamente humana, de deliberar para elegir posteriormente una opción entre varias, y tomar decisiones que afectarán a nuestra vida futura. Personalmente, diré que creo en la libertad, pero admito que es pura conveniencia. Es jodido aceptar que estamos determinados a actuar de una forma determinada, valga la redundancia, con todo lo que ello conlleva. Aceptar que en algún lugar del Universo hay algo o alguien que conoce las últimas consecuencias de nuestras “decisiones” (que ya no serían tales) implica necesariamente que no somos libres. Y esto es más serio, porque si no presuponemos la libertad en el hombre, todo se viene abajo. Porque sin libertad no hay responsabilidad, y sin responsabilidad las leyes y las normas dejan de tener sentido. Y con ellas, la sociedad, el Estado, la justicia…, pasan a no ser más que conceptos vacíos de contenido. ¿Qué sentido tiene juzgar a alguien por asesinar brutalmente a otra persona si él estaba determinado, destinado irremediable e inexorablemente a cometer ese crimen?

Toda regla tiene su excepción, y ésta no iba a ser menos. Hemos dicho que la mayoría de nosotros prefiere creer en la libertad (o, al menos, eso supongo yo), pero el determinismo también tiene sus ventajas. Los deterministas pueden eludir su responsabilidad cuando les convenga. Los deterministas no son responsables de sus actos, porque ya estaban destinados a obrar de tal o cual modo, antes de tomar tal o cual decisión. De hecho, todos hemos recurrido alguna vez al determinismo. ¿Quién no se ha justificado con la típica frase de las circunstancias me obligaron?

Pero volvamos a suponer que somos libres. La libertad tiene que tener una serie de limitaciones. No podemos ser totalmente libres, porque eso nos destruiría. Está claro que yo no puedo pegarle una paliza a mi amigo que va paseando a mi lado, por muy cabreado que esté con él. Ni puedo tampoco circular a doscientos por hora en la travesía de mi pueblo, aunque me esté muriendo de ganas de hacerlo. No soy libre para realizar ese tipo de acciones. ¿Por qué?

La respuesta parece clara. En mi opinión, una persona es libre para hacer lo que desee, siempre que sus acciones no limiten o coarten en modo alguno la libertad de los demás. O, como se suele decir más coloquialmente, tu libertad acaba donde empieza la mía.

Esto se ve claro en los ejemplos anteriores. Mi amigo, al que quiero matar de una paliza, tiene derecho a no ser agredido; si lo hago sin que él me dé permiso para hacerlo, estaré limitando su libertad: su libertad para elegir si ser agredido o no. De igual modo, los inocentes habitantes de mi pueblo tienen derecho a vivir más o menos seguros. Si yo conduzco temerariamente estoy limitando ese derecho. Tampoco tengo, por tanto, libertad para hacerlo.

En cambio, esta definición de los límites de la libertad plantea algunos inconvenientes, como casi todas las definiciones. Por ejemplo, si hemos acordado que la libertad es un asunto totalmente humano, y que los animales no son libres (que no lo son), aparentemente no hay nada que me impida ir paseando por la calle y pegarle un puntapié espectacular al primer gato que se me cruce, pues un gato es un animal, y hemos dicho que los animales no tienen libertad alguna que nosotros tengamos que respetar. Otra cosa es que apreciemos, respetemos y protejamos la vida, aunque ésta no sea humana, y consideremos que los animales tienen una serie de “derechos”, y nótense las comillas, careciendo no obstante de libertad natural.

También hay que tener en cuenta que esta concepción de la libertad implica una buena dosis de tolerancia. Tolerancia no sólo hacia lo que nosotros consideramos que está bien, sino a todas las acciones y prácticas que entran dentro de la definición de “libertad” que hemos dado, esto es, “puedo ejercer mi libertad en cualquier circunstancia, excepto si ello afecta a la libertad de otras personas”, aunque dichas acciones y prácticas puedan resultarnos inmorales. Por ejemplo, el suicidio, la eutanasia (siempre que sea incondicionada y acordada, claro está), e incluso toda práctica sexual inocua, por desviada o extraña que pueda parecernos. El aborto, sobre el que debemos reflexionar aquí algún día, es tema aparte, porque donde unos reclaman el derecho de la madre a elegir, otros anteponen el derecho del feto a vivir, luego como mínimo es lícito dudar del aborto como práctica válida y libre.

Vive y deja vivir. Sé libre y deja que los demás también lo sean. Cuando alguien haga algo que creas que está mal, algo con lo que estés en desacuerdo, párate a pensar un momento si con esa acción está afectando a tu libertad, o a la de otra persona. Si la respuesta es “no”, quizá debas pensar que un poco más de tolerancia y un poco menos de prejuicios te harán algo más feliz.

jueves, 22 de octubre de 2009

Todos iguales. Todos diferentes

Desde que nacemos, nuestros padres, nuestra familia, nuestra sociedad en general, nos inculca que todos, sin excepción somos iguales. Iguales ante la ley. Iguales ante Dios. Iguales, al fin y al cabo. Que los chicos son iguales que las chicas. Que los altos merecen el mismo respeto que los más bajitos. Que los homosexuales cuentan con los mismos derechos que los heteros (eso sí, hijo, tú mariconeos, ninguno…).

Para variar, no estoy de acuerdo. Pienso que todo esto es una gran mentira. La igualdad absoluta, entendida tal y como la conocemos ahora, es otra manifestación más de la infinita estupidez humana.

Cada uno de nosotros es único en su especie, es decir, en la especie humana. Nuestro código genético es personal e intransferible, como el bonobús, e incluso en los escasísimos casos de gemelos con idénticas secuencias de ADN, es innegable que cada uno de los hermanos es una persona diferente, con personalidades diferentes, modos de reaccionar diferentes, e incluso, con algo de tiempo, señales físicas diferenciadoras. Tal vez se parezcan. Tal vez sean semejantes, pero nunca serán iguales. Y es que lo que somos; lo que podríamos llamar nuestra alma, no es sino la suma de la información contenida en nuestros genes más el ambiente donde nacemos y nos desarrollamos. Y dentro del ambiente se incluyen factores tan variopintos como el clima, las vivencias personales, la influencia de las personas con quienes convivimos, etcétera. Así, podríamos decir que estamos determinados por un complejo sistema de variables que, debidamente combinadas, nos conforman como personas independientes y diferenciadas del resto.

Mi punto de partida, por tanto, es que todos somos diferentes. Piensa en tu mejor amigo/a. Haz una lista de cosas que tienes con él o ella en común (fíjate en vuestros gustos musicales o cinematográficos, aficiones, series y programas de televisión preferidos…, cualquier cosa que se te ocurra vale). Ahora haz una lista con las cosas que no tenéis en común. Estoy seguro de que la segunda lista te saldrá considerablemente más larga que la primera. Lo que ocurre es que a veces resulta que, casualidades de la vida, nos parecemos en algunos aspectos, y ya nos creemos que eso va a pasar siempre.

Quizá esta postura sea algo radical, y desde luego plantea no pocos inconvenientes. Sin embargo, también elimina unos cuantos problemas. Por ejemplo, pone de manifiesto el absurdo del miedo a lo diferente. Si asumimos que todos somos distintos, no tiene sentido alguno tenerle miedo o aversión a personas de diferente raza, sexo, religión o con distinta ideología u orientación sexual, ya que, si te paras a pensarlo, ellos son tan diferentes a ti como tú a ellos. La diferencia es más justa que la igualdad, porque no hace distinciones. La diferencia nos trata a todos por igual, porque, en el fondo, lo único que todos tenemos en común es que somos diferentes.

Paradojas aparte, hemos dejado reflejado más arriba que esto plantea algunos inconvenientes. Por ejemplo, si no es posible la igualdad, ¿es falso que todos somos iguales ante la ley? Mi respuesta es que sí, es falso. Y el que la ley te sea favorable o no depende de muchos factores: de tu posición social, de si tienes o no enchufes, de la cantidad de fondos de que dispongas para intentar sobornar a los magistrados… Pero incluso suponiendo la existencia de un mundo ideal en el que no se den estas situaciones, seguiría pensando que la ley no es igual para todos. Para empezar, la ley no puede tratarte de igual modo si eres culpable o si eres inocente. Tampoco creo que haya dos delitos exactamente iguales; siempre hay variables: no es lo mismo robar por necesidad que por avaricia (aunque no me voy a parar ahora a pensar si justificaría alguna de las dos motivaciones). Ni siquiera es lo mismo delinquir conscientemente que hacerlo sin conocimiento de causa, o sabiendo sin saber, o bajo una presión externa. Todos estos supuestos contemplados en la ley, y los que no están contemplados, nos dan una idea del punto al que llega nuestra desigualdad.

Pero, entonces, ¿no existe la igualdad?

Sí, es posible que exista, en cierto modo. Reitero lo que expresé unas líneas más arriba: si algo tenemos todos en común es nuestra diferencia. Y es que, como dijo alguien más inteligente que yo, la igualdad consiste en tratar a todos de manera desigual. Yo creo que tiene razón. ¿O no?

domingo, 18 de octubre de 2009

Límites del entendimiento.

La mente humana es a la vez compleja y sencilla. Durante años y años el ser humano ha estudiado y escrito acerca del funcionamiento del cerebro, sus funciones y peculiaridades. Tenemos facultades asombrosamente útiles como la memoria o la capacidad de abstracción, con lo que llegamos a que el cerebro no solo nos mantiene con vida y controla nuestro cuerpo, sino que además sirve para tratar de conocerse a sí mismo.

Así, la inteligencia humana no solo se pregunta por lo que le rodea, su origen y sus causas, sino que también se pregunta sobre sí mismo, creando un tremendo círculo vicioso: pensar en por qué pensamos y para que sirve. Filósofos y demás estudiosos han tratado este tema con sumo cuidado y dedicación, llegando la mayoría a plantearse temas que a nadie se le ocurriría pensar y desarrollar argumentaciones inimaginables sobre la mente humana.

Pero muchas veces podemos olvidarnos de que nuestra mente no deja de ser una pequeñísima parte del universo, cada mente es individual e irrepetible. Podemos incluso plantearnos que nuestras mentes no sean perfectas, que nuestro entendimiento humano tenga ciertas “lagunas” sobre cosas que no podemos explicar o que no podemos conocer simplemente por que se trata de cosas demasiado abstractas para el entendimiento mismo.

En cosas como esta, se plantea algo muy discutido a lo largo de la historia como es el tema de los sucesos paranormales, ante los cuales mucha gente se manifiesta en contra, ya que según este pensamiento, todos los sucesos tienen una base científica explicable que solo ha de ser descubierta. Aquí conviene puntualizar que la ciencia no es sino otro invento de la mente humana cuya pretensión es el conocimiento y el estudio de las realidades desde un punto de vista objetivo, es decir, imparcial y comprensible al nivel de la mente humana y ninguno más.

Quizás convendría entender que la mente humana, sirviéndose de la ciencia y explicaciones que esta da, está limitada a eso. Estos sucesos “paranormales” como los llamamos, pueden deber su explicación a algo sencilla y complejamente ininteligible para el intelecto humano y sus límites. Podemos aceptar realidades ajenas a nuestro entendimiento y comprender la creencia en espíritus, maldiciones e incluso la fe en el mismo Dios, considerado desde diversos puntos de vista en la historia en campos como la Filosofía, Teología, Religión, etc.

Puede existir un punto en la mente humana que permita diferenciar lo explicable de lo inexplicable, ya que aunque si es cierto que en muchas ocasiones estas cosas tienen una explicación razonable o científica para el ser humano, tantas otras quedan sin solución y quedan (ante posibles subdivisiones) dos opciones: negar su existencia o aceptar su existencia desde el punto de vista de que la mente humana, no puede explicar todo debido a sus límites.

Por lo que queda en manos de cada uno de nosotros decidir que creer o no, pero no está de más pararse a pensar si realmente todo lo puede explicar una mente tan compleja y tan sencilla como la nuestra. Nosotros contra el eterno universo, o no.

sábado, 3 de octubre de 2009

Las palabras (I)

Qué invento tan ingenioso, el de las palabras… Y tan necesario e imprescindible hoy en día. Imagínate un mundo sin palabras. Un mundo mudo, un mundo de páginas en blanco, un mundo donde para mencionar alguna cosa hubiera que señalarla con el dedo… Imagínate que quieres referirte al pico Everest, o a Ana Obregón, o a la próstata de tu interlocutor… Sería un tanto incómodo.

Con palabras se han escrito muchas cosas, y muchos son los que han reflexionado sobre ellas y con ellas; pero aún no hemos llegado a comprenderlas del todo, ni mucho menos… Por ejemplo, no podemos saber cuál fue la primera palabra que se inventó… Yo siempre he pensado que la primera palabra que se pronunció fue “¡Ay!”. ¿Por qué? Pues porque los cavernícolas, que al fin y al cabo son los inventores de las palabras, siempre han tenido fama de ser unos brutos, y probablemente se pasaran la vida peleándose y haciéndose daño. Y “¡Ay!” es la forma de expresión de dolor más universal que existe. Pero es una opinión, y se admiten apuestas.

Con las palabras se pueden hacer muchas cosas. Las palabras sirven para hacer cosas bellas, como poesías o canciones… Pero también sirven para insultar, para herir, para etiquetar… Y es que la Tierra está hecha de carbono, hidrógeno y palabras.

Hay palabras justas (igualdad, solidaridad) e injustas (racismo, homofobia); bonitas (cristal, mirlo) y antiestéticas (zarajo, padrastro); graciosas (quinquillero, pedorro) y serias (funeral, enfermedad); cortas (sí) y largas (desoxirribonucleico); positivas (sí) y negativas (no); alegres (¡¡¡fiesta!!!) y tristes (muerte); dolorosas (artritis) y paliativas (aspirina); dubitativas (quizá), seguras de sí mismas (confianza); claras (botijo) y ambiguas (huevo)… También están las intrusas, que han penetrado tan rápidamente en nuestro vocabulario cotidiano, que ya no sabemos si estamos mandando un e-mail o un correo electrónico, si nos estamos manducando un roast-beef o un chuletón de ternera, si tenemos stress o simplemente es que estamos hasta los cojones.

Ahora se está poniendo de moda lo de encuestar acerca de las palabras favoritas. “Amor”, “paz” y otras de este estilo encabezan todas las listas. Pero a mí hay una que me parece especialmente curiosa: la palabra “ojo”. Miradla bien. Observadla con detenimiento. ¿No es la jota una nariz y las oes de los lados los dos ojillos de la cara? El truco funciona también con la versión inglesa del vocablo… sólo que “eye” es una palabra que tiene sueño, o que se acaba de levantar, porque tiene los párpados a medio abrir… Por eso para mí “eye” es una palabra con legañas.

Pero…, ¿dónde quedan las palabras que ya nadie usa? ¿Dónde van? ¿Se olvidan? ¿Existen cementerios de palabras? Las palabras sinónimas…, ¿significan realmente lo mismo? ¿Cuántas palabras quedan por inventar? ¿Es estrictamente cierto que todo necesita tener un nombre? ¿O no...?

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Cómo eres según lo que sea

Como seres humanos, qué tendremos que necesitamos atribuir y dirigir nuestras vidas por cosas de fuera, y una de las que más nos gustan son los horóscopos.

Ateos, cienciólogos, ermitaños, budistas, haruhistas, materialistas, dequeístas, progresistas, listas, maristas, etc… seas lo que seas entre los que te identifiques crean en lo que crean siempre, siempre, siempre existirá quien crea en los horóscopos, la adivinación, etc. Se puede creer o no creer en mil cosas, pero siempre habrá alguien que crea en este gran invento humano.

Amablemente esa señora se ofrece a leerte la mano para decirte cómo esta va a dirigir tu vida: el dinero que vas a tener, tus matrimonios, tus hijos, tu trabajo… ¡Todo está en tu mano! ¿A caso soy yo o esta expresión toma dos sentidos aquí? Pues depende de si crees en la adivinación o no. Puedes entender que realmente tu futuro está escrito en tu palma o pensar por contrario que en tu poder queda lo que quieres hacer con tu vida y nada te lo va a decir. Si acaso… poniéndonos a pensar incluso –a fuerza de esto- a pensar en refranes con manos… ¿Quién realmente conoce algo como la palma de su mano? Seguro que quien inventó la frase no pensó en esta complejidad.

Dejando a un lado temas de adivinación, etc quería hablar sobre esos métodos o como se quieran llamar que te hablan de tu personalidad según tu algo.

Me explico, va desde lo más sencillo hasta lo más complejo, resulta que a día de hoy e ignorándolo podemos conocer a una persona por el color de su camiseta, la marca de pilas que usa en su mp3 (los que llevan bateria ya son la leche) o la cantidad de dentífrico que usan sobre el cepillo (los que lo usen, que tiene que haber de todo). Pregunto yo… ¿En base a que? ¿Si visto de rojo soy violento? ¿Si me peino patrás soy una persona cerrada a nuevas relaciones?

La psicología juega un papel fundamental en la creencia de horóscopos y similares como métodos de adivinación o catalogación de las personas. Esto es por que al leer uno de estos… “criterios” según lo que “somos” nosotros, logramos identificar con mayor facilidad las facultades que por ciencia infusa o coincidencia aparecen en la revista, en el periódico, el correo o el teletexto.

Sin ir más lejos, podemos ir al más antiguo de todos: el horóscopo. Según tu signo zodiacal serás de una manera o de otra… El hecho de haber nacido en un periodo del año u otro determina tu personalidad, eliminando tu libertad de ser tu mismo, según el horóscopo existen unas características clave que te definen. ¿Significa eso que personas como Freddie Mercury y Luis XIV, que comparten horóscopo son identificables principalmente por el hecho de haber nacido en Septiembre, que sean Virgo? ¿O habrá más diferencias que coincidencias en sus seres?

Ese es el factor psicológico en el que interviene el horóscopo o la adivinación, si nos dicen que tenemos una personalidad doble pensaremos: yo tan pronto me enfado como me contento, así que puede que tenga razón, y lo damos como verdadero. Si encontramos diferencias, no les damos importancia, nos fijamos en las coincidencias. A fuerza de esto, se puede creer también que será igualmente válido el hecho de que un horóscopo te diga el futuro, ya vayas a tener suerte en el amor, la familia o el dinero.

Digo yo… ¿el horóscopo te hace o lo haces? ¿Qué libertad le falta a una persona para hacer cuanto él quiera sin que las estrellas se lo digan? ¿Qué enlace guardan los astros con cada persona que nace en este mundo? ¿Con qué sentido nos pueden juzgar?

Al ser esto psicológico, cualquiera de nosotros puede ser un adivino:

Es fácil y divertido, solo tienes que buscar un criterio bonito e inventarte algo relacionado con él para catalogar a la gente. Siempre acertarás de una manera u otra, y es el efecto que causa en nosotros: que se trata de verdadera magia, que todos estamos cortados por el patrón de los astros.

Os pondré un ejemplo.

¿Cómo eres según tu nota musical favorita? Piensa una nota musical y apuntala, compara resultados abajo:

Do: eres una persona que adora ser primero en todo, para ti lo nuevo y lo principal es lo más importante.
Re: eres una persona repetitiva, necesitas reiterar las cosas para sentirte completamente segur@ de algo.
Mi: eres una persona egocéntrica y posesiva, para ti es más importante lo que piensas tu por encima de los demás.
Fa: Tu olor corporal se desprende con fuerza.
Sol: eres una persona alegre y sin preocupaciones, tienes tus momentos altos y bajos, pero siempre te ven brillar.
La: eres laísta.
Si: eres una persona positiva, para ti todo tiene un lado bueno y buscas sacárselo a todo.

Puede que no con todos, pero seguro que con alguno he acertado. Yo he creado este criterio, vosotros podéis hacer otros. La adivinación pues, es un arte muy antiguo en el que se puede creer, o no.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Los disfraces

Las personas somos los seres más extraños que puedes echarte a la cara. Si no, no se explicaría la necesidad, exclusivamente humana, de disfrazarnos continuamente.

Un disfraz, en sentido literal, es un objeto o prenda de vestir que cambia nuestro aspecto físico, de forma que los demás nos ven externamente de forma distinta a como somos en realidad. A veces, un disfraz puede consistir simplemente en una careta, o una máscara que oculte una parte de nuestro rostro, o incluso en un antifaz, que sencillamente esconde nuestros ojos de miradas ajenas. Otras veces, en cambio, los disfraces son de cuerpo entero, de forma que apenas podrían reconocernos con él puesto.

De cualquier modo, los disfraces, en sentido literal, son mentiras de tela que nos ponemos puntualmente en carnavales o fiestas de la misma índole para reírnos y pasárnoslo bien. Pero, como habréis imaginado, no es mi intención hablar aquí de los disfraces “en sentido literal”.

Y es que podemos establecer fácilmente una analogía entre estos disfraces físicos o externos y los disfraces “emocionales” o psicológicos, y aquí es donde entra en juego la innegable rareza humana. Pues algún listillo podría decirme que los disfraces no son algo necesariamente humano, ya que algunas especies de camaleones y otros bichejos similares pueden camuflarse para protegerse de sus depredadores, y esto es un disfraz en toda regla, y ahí sí que estamos de acuerdo. Pero también estaremos de acuerdo, o eso espero, si afirmo que el ser humano es el único animal con la capacidad de reprimir impulsos y atenuar o suprimir deseos, inquietudes e inclinaciones. Y esto, en definitiva, es disfrazar nuestra personalidad. Imagínate que estás en un banquete de boda, o en una comida familiar a la que asiste gente que no conoces de nada (cosa curiosa, por cierto, pero que siempre suele suceder), y te apetece comerte la última croqueta que queda en el plato de las croquetas (¿pero qué cojones tendrá la última croqueta, digo yo, que nunca nadie se la come…?), pero no lo haces porque te da vergüenza, a ver si se van a pensar que soy un gumias, piensas, y te esperas a que llegue otro menos vergonzoso que tú y dé cuenta de la pobre croqueta en tu lugar. Analicemos qué ha pasado. Has dejado de hacer algo que querías hacer, voluntariamente pero a la vez un poco condicionado por una causa externa: la vergüenza, el qué dirán; con el único propósito de evitar que los demás conocieran tu verdadera intención: comerte la maldita croqueta con gula, saboreando hasta el último grumito de jamón, mientras los demás te miran con lágrimas en los ojos y cara de, tío, la quería yo, joder… Si eso no es disfrazar nuestra personalidad, que venga Dios y lo vea.

Podría poner mil ejemplos más. Nos disfrazamos cuando decimos “ya te llamaré”, y en realidad queremos decir “no te llamaría ni aunque me estuviera desangrando y fueras la única persona en el mundo capaz de hacerme una transfusión”. Nos disfrazamos cuando le hacemos la pelota a un profesor para que nos apruebe, o a nuestros padres para que nos den dinero, o a nuestro jefe para que nos suba el sueldo, y en realidad queremos que cumplan nuestros deseos de una vez por todas para acabar cuanto antes con el paripé. Nos disfrazamos cuando tratamos de usted al banquero a quien solicitamos un crédito que sabemos de antemano que no nos van a conceder, aunque en realidad estemos cagándonos en todo su santísimo árbol genealógico en sentido ascendente. Nos disfrazamos cuando invitamos a nuestros amigos de quita y pon a otra ronda aunque en realidad estemos deseando que se vayan a freír monas de una vez por todas. Etcétera.

De lo anterior se deduce que el disfraz más común es la amabilidad. En la inmensa mayoría de las ocasiones, nos mostramos amables porque nos sentimos obligados a ello. Renunciamos a la sinceridad por la amabilidad. Un mundo sin disfraces sería más sincero, más real, pero menos agradable, seguramente, y eso que la amabilidad no es el único disfraz que el ser humano viste habitualmente. Y si no, ahí está el disfraz del amigo desinteresado, el del graciosillo, el del enamorado empedernido, el del falso arrepentido…

Pero no nos entretengamos más de lo necesario, y sigamos con esta extraña analogía. Al igual que los antifaces y las máscaras en el caso de los disfraces que hemos convenido llamar “físicos”, los disfraces emocionales pueden cubrir una parte más o menos pequeña de lo que somos, como ocurría en los ejemplos anteriores, y éstos son los casos más comunes. Pero también puede ocurrir que los disfraces nos cubran de arriba abajo, que no dejen ver lo que somos realmente, a veces quizás algo, una pequeña parte apenas apreciable bajo un repliegue o a través de alguna transparencia, y otras veces nada de nada, decepción total, el disfraz se adapta a nosotros y oculta tan perfectamente nuestra personalidad, psicología y modo de ser, por diferentes que sean ambos (entiéndase, disfraz y personalidad), que resulta totalmente imposible saber qué se oculta detrás. A veces, no obstante, sabemos que una persona va disfrazada, pero somos los demás quienes no nos atrevemos a mirar debajo del disfraz, porque no nos interesa saber lo que hay debajo, o nos da miedo saberlo. Y ahí tenemos a los que, siendo malvados y perversos, se disfrazan de buenas personas, como el simpático pederasta que te regala chupa-chups si tienes menos de seis años,el humilde y servicial obispo que se limpia el culo con crucifijos de oro, o el político que promete el oro y el moro…, y al final sólo nos trae el moro.

Menos común, aunque no por ello inexistente, es el caso contrario, pues hay quienes se disfrazan de rebeldes sin causa cuando en realidad tienen un corazón que no les cabe en el pecho. En los casos más extremos, el disfraz adopta forma de navajas, peleas, drogas y cárcel. Pero siempre se puede dar marcha atrás, o casi siempre, porque a veces vamos tan disfrazados, tan mentidos, que olvidamos quiénes somos…, y olvidar quién eres es lo más peligroso que te puede pasar en la vida.

En cualquier caso, los disfraces, al igual que el tiempo, es un invento humano que no debería existir, pero que se ha convertido en un mal necesario… Yo no puedo ir a mi profesor, que me acaba de suspender injustamente, y decirle que prefiero dispararme en la rodilla a ver la cara de tumor que tiene, por muy a gusto que me quedara y por mucho que realmente lo sintiera… No siempre puedes mostrarte tal como eres, aunque de eso tenemos la culpa nosotros mismos, por habernos inventado los disfraces. Pero a veces pienso que abusamos de esas mentiras llamadas disfraces, y que probablemente el mundo sería un poquito mejor si nos los quitáramos de vez en cuando.

Un saludo.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Point of Know return

En esta ocasión os traigo un tema musical acerca del cual quiero hacer una reflexión sobre una de las más difíciles fases que pasa el ser humano tras tomar una decisión: el arrepentimiento.

El tema original está en ingles, yo he realizado una pequeña adaptación de la letra para que sea más fácil de entender que con una traducción “meidingugel” que como todos sabemos, muy de fiar no es. El título de la canción es “Point of Know return”, que viene significando “Punto de saber volver”. Esta expresión en español no la utilizamos como tal, así que he modificado esta parte de la letra por “Point of no return”, “Punto sin retorno”, expresión equivalente en nuestra lengua que nos hace entender mucho mejor lo que nos quiere decir Kansas, la banda americana que creó e interpretó este tema.

No haré un análisis de la canción desde el punto de vista musical, sino que lo haré de tal manera, como ya he dicho, que se pueda hacer una reflexión sobre el mensaje que transmite a través de una letra que nos cuenta una historia ficticia sucedida hace muchos años, cuando los marineros creían que la tierra era plana y creían en un “Punto sin retorno” a partir del cual no podrían dar la vuelta al timón y volver a tierra para salvar sus vidas y evitar caer al abismo.

Os dejo aquí un enlace para que escuchéis la canción. Os aconsejo escucharla mientras seguís la traducción y ayudaros de la letra original para no perderos en caso de que esto pase. Después quizás os guste también oírla a lo largo de la reflexión.

Point of Know return - Kansas

Letra original en ingles

I Heard The Men Saying Something
The Captains Tell They Pay You Well
And They Say They Need Sailing Men To
Show The Way, And Leave Today
Was It You That Said, "how Long, How Long?"

They Say The Sea Turns So Dark That
You Know It´s Time, You See The Sign
They Say The Point Demons Guard Is
An Ocean Grave, For All The Brave,
Was It You That Said, "how Long, How Long,
How Long To The Point Of no Return?"

Your Father, He Said He Needs You
Your Mother, She Says She Loves You
Your Brothers, They Echo Your Words:
"how Far To The Point Of no Return?"
"well, How Long?"

Today I Found A Message Floating
In The Sea From You To Me
It Said That When You Could See It
You Cried With Fear, The Point Was Near
Was It You That Said, "how Long, How Long
To The Point Of no Return?"  




Adaptación al castellano

Escuché a un hombre diciendo algo
Los capitanes dicen que te pagaron bien
Y dijeron que necesitaban navegantes para
mostrarles el camino y llegar hoy.
¿Eras tu el que decía “cuanto queda, cuanto queda?

Dicen que el mar se vuelve tan oscuro que
Sabes que es el momento, ves la señal
Dicen que es el punto que guardan los demonios,
Una tumba en el océano, para todos los valientes
¿Eras tu el que decía “cuanto queda, cuanto queda?
¿Cuánto queda hasta el punto sin retorno?

Tu padre, él dijo que te necesita.
Tu madre, ella dijo que te amaba.
Tus hermanos, ellos repitieron tus palabras:
“¿Cuánto queda hasta el punto sin retorno?”
“Bueno, ¿Cuánto queda?”

Hoy he encontrado un mensaje flotando
En el mar, de ti para mí.
Decía que cuando pudiste verlo
Lloraste con miedo, el punto estaba cerca
¿Eras tu el que decía “cuanto queda, cuanto queda, cuánto queda hasta el punto sin retorno?



Al igual que los navegantes creían en un punto mitológico situado en el océano guardado por demonios y bestias apocalípticas que al atravesarlo, era tarde para volver atrás y salvarse, las personas y el arrepentimiento humano están ahí, o no, según quien sea. Hay personas capaces de soportar el arrepentimiento y tragárselo, o capaces de percibir las cosas como algo que no requiere arrepentimiento alguno.

Pero siempre todo acto que realizamos deja alguna secuela. Un navío revuelve el agua por donde pasa y esta nunca vuelve a donde estaba antes. De igual modo, los sucesos de nuestra vida que dejamos atrás, quedan revueltos en la realidad pero retenidos en nuestra memoria. Pueden ser movimientos positivos o negativos según los percibamos. Esto no supone un problema mientras nuestras aguas revueltas nos transmitan una sensación positiva, pero cuando no es así, surge el arrepentimiento: ese querer reparar algo (no que hacerlo) que crees que podrías haber hecho de otro modo y recapacitas sobre cómo podrías haber llevado esa situación de otra manera. Tal vez en una fase de arrepentimiento quieras simplemente volver atrás y empezar de cero, o no, porque piensas que ya el agua está muy revuelta. Tal vez sea cosa de olvidar, o no. Tal vez se arregle con diálogo, o prestando nuevas oportunidades de un modo u otro o no.

El “Punto sin retorno” es en el que las personas seguimos creyendo. No a nivel cartográfico (lógicamente) sino psicológico o a veces incluso moral. Creemos que hay un punto a partir del cual no podemos arrepentirnos de nuestros actos, que no hay vuelta atrás, y damos la espalda al problema sin prestarle solución, a veces incluso a falta de arrepentimiento porque creemos que está bien. Creemos que a partir de cierto momento no podemos agarrar con firmeza el timón y evitar cruzar el punto, volver a tierra o navegar por aguas seguras.

Pero un mito es un mito, y esté en el contexto que esté lo seguirá siendo.

Si no existía un “Punto sin retorno” al final de la tierra, en la mente humana no tiene porque manifestarse, podemos ser capaces de darnos cuenta de que nunca es tarde para arrepentirnos. Podemos incluso pensar que quizás haya cosas de las que si podamos arrepentirnos y retomar de otra manera.

En la canción esto se refleja de una manera muy clara: un navegante bien pagado embarca y los marinos le guían camino al “Punto sin retorno”. Este sujeto, el protagonista se pregunta continuamente de manera obsesiva “¿Cuánto queda, cuánto queda?” Porque sabe a que se enfrenta, quiere estar seguro de que llegado el momento podrá decir “basta” y volver atrás, necesita saber cuanto tiempo tiene para arrepentirse, es lo unico que no sabe, dónde está el punto a partir del cual no podrá hacer nada.

La canción describe la llegada al punto como el oscurecimiento del mar, la llegada a un lugar custodiado por demonios y bestias. Esto es fácilmente interpretable como la llegada de los malos pensamientos y las sensaciones negativas. Saber que algo no va bien, darse cuenta de que no se ha obrado como se debería, y es cuando empieza a surgir el arrepentimiento.

La familia del protagonista sabía también este triste destino (el no retorno) y transmitieron su mensaje de necesidad, amor y preocupación. La canción termina cuando “yo” recibo un mensaje de este navegante, que aterrado lloraba ante la llegada al punto sin retorno, su miedo le impidió actuar ante el arrepentimiento, era consciente de que llegaría al punto sin retorno pero el miedo le hacía preocuparse tanto por cuándo llegaría que no pensó en si debía arrepentirse o no. En este caso, sí debió, y perdió la oportunidad.

No hay que arrepentirse con miedo al propio hecho de arrepentirse porque creamos que las cosas tienen que ser como están y no podamos arreglarlas. Di un amplio “no” al conformismo, ya que siempre habrá algo que te haga un poco más feliz. Puede que aunque cueste un poco, arrepintiéndote de algo todo se arregle, no hay punto sin retorno, eso es algo que tú impones, puede que aunque no lo percibieras del modo correcto antes, te des cuenta con el tiempo de que todo iba bien. No al punto sin retorno, no al conformismo. Tampoco hay que obcecarse con el temor a ese punto sin retorno, ya está dicho que el mito, en mito se queda. El arrepentimiento no dolerá tanto como el saber que no hiciste lo que debiste cuando tuviste la oportunidad, si te vas a arrepentir, hazlo de algo que hayas hecho y no de algo que guardes en tu mente.

El arrepentimiento como tal no sirve de nada, es la determinación de cada uno la que hace que actuemos o no para solucionar una circunstancia de arrepentimiento. Por si solo, el arrepentimiento solo es una fase negativa que causa dudas y dolor, y por norma general tratamos de ignorar y dejar que el tiempo cure. Pero cuando realmente aceptamos que el arrepentimiento también es una realidad, podemos tomar la decisión de hacer algo al respecto.

Arrepentirse no es volver hacia atrás, por lo que no tiene que suponer volver a caer, arrepentirse es el primer paso para iniciar un nuevo episodio.

No hay punto sin retorno, nunca es tarde para nada, ni tal siquiera para arrepentirse, busca el punto medio entre la razón y el corazón y lucha por lo que de verdad importa, o no.

sábado, 12 de septiembre de 2009

El circo

Pasen y vean, la entrada es gratis y el espectáculo ensordecedor. Siéntense cómodamente en el sillón de su casa, abran una lata de coca-cola, agárrense unas patatas fritas y disfruten del show. El único precio a pagar es pulsar un botón, da lo mismo cuál, de los nueve que hay a su disposición, pulsen uno, relájense, vean y escuchen. Hoy tenemos payasos sin nariz de goma que dan más pena que risa, monos de feria enjaulados de toda edad y condición, aquí no se salva ni Dios, dispuestos a liberar toda su furia para su gusto y entretenimiento, acróbatas de las puñaladas verbales, prestidigitadores de la demagogia y la mentira, trapecistas de la sinrazón y de la acusación sin fundamento, magos de la hipocresía, serpientes que escupen preguntas envenenadas y bufones sin vida privada que venden la poca dignidad que les quedaba dándoles respuesta sin pudor, sin miedo, aquí lo que vende es el morbo por el morbo y la carnaza, da igual si es nueva o si está podrida por los años y la muerte.

Aquí no hacemos distinciones, da igual tu raza, sexo, religión y condición, para que luego nos tachen de nada, con lo guays que somos, si hasta tú puedes ser el protagonista de la próxima función, el único requisito es haberte petado a algún payasete de los que ya forman parte de la cantera, o, en su defecto, saber de alguien, no importa lo lejano que sea a ti, que cumpla con el primer requisito. Si el susodicho payasete está olvidado, muerto, o si ha conseguido salir de este circo, dejar de ser un panoli, y rehacer su vida, cosa difícil, por cierto, pocos son los que lo consiguen, pues tanto mejor. No te preocupes si careces de este tipo de contactos…, siempre nos quedará nuestro recurso más productivo y morboso: la mentira. Si nos quedamos sin historias, nos las inventamos. Si no hay culpables, los dibujamos, y los acusamos bajo prudentes “presuntos” y “me han dicho ques”, total, qué más da, sólo son personas, algunas quizás tengan familia, hijos, marido o mujer y esas cosas…, pero ellos son daños colaterales, el precio de la fama, si no te gusta, no haber entrado, que no te hayan metido, te jodes, no hay vuelta atrás, aquí no hay lugar para la compasión ni para las segundas oportunidades.

Y lo mejor de todo es que da igual lo inverosímil, retorcida, bizarra e inmoral que sea la mentira que te inventes, la gente se la va a creer igual, o al menos va a hacer como que se la cree, nuestros fieles espectadores son muy buenos fingiendo, nos facilitan mucho el trabajo, qué palabra tan seria en los tiempos que corren como para emplearla aquí tan libremente, en fin, decía, nos facilitan mucho nuestra dudosa labor, dejémoslo ahí, al comerse con patatas nuestras contradicciones, nuestros donde dije digo digo Diego y nuestras fuentes infalibles que nunca dan pie con bola.

Y comienza el espectáculo. Música, maestro. A bombo y platillo, un señor amaneradamente trajeado presenta el primer número de la noche: el hijo del vecino de la prostituta que frecuentaba el cuñado de un celebérrimo cantante habla de sus andanzas sexuales con el gato de la abuela de la sobrina de otro celebérrimo actor de Hollywood. Si es que todo queda en familia, joder, que el mundo es un pañuelo, con muchos mocos, eso sí, todo llenito de mierda para repartir y vender a placer.

Las lágrimas dan más morbo si son de cocodrilo, o, mejor dicho, de caimán, las hostias, verbales y físicas, duelen (y venden) más si no están preparadas, si salen espontáneas, y si la cámara las capta, tanto mejor. Los debates subidos de tono, siempre con los mismos colaboradores, que saben de todo, que son unos cracks, que da igual si se habla del aborto, de la eutanasia, o de la reproducción estival de los zánganos, que al final todo es política: la culpa es del cejas, pero como el bigotes hizo lo mismo, la culpa queda saldada, ya no es de nadie, la responsabilidad se elude, qué más da; los debates subidos de tono, decía, por mucho que nos esforcemos en maquillarlos con una intelectualidad falsa e hipócrita, sólo sirven porque siempre provocan un aumento considerable de la afluencia a este circo mediático, la audiencia se dispara con las palabras malsonantes y las expresiones vulgares y groseras, los picos se corresponden con los insultos y las salidas de tono, a la gente le va la marcha, y acuden a la sangre, sea real o inventada, pactada, qué más da, como las moscas a la mierda.

Por si fuera poco, ahora tenemos una “novedad” que por estas fechas cumple diez años. Lo de encerrar a diez, doce, quince señores, señoras, señoritas y gentuza de toda clase y condición, da igual el número exacto, tanto mejor cuanto más alejados de la normalidad sean, porque lo friqui tira más, dentro de una casa llena de cámaras para mostrar sus desvergüenzas a todo el país, lo que decíamos, el morbo por el morbo, siempre es un buen reclamo para las moscas, digo, en qué estaría pensando, para todas las respetables personas que cada día se sientan frente a sus televisores y contribuyen con su sed de morbo absurdo al sostenimiento de este circo de mentira y mierda.

Pasen y vean, la entrada es gratis y el espectáculo es… ¿irrepetible? No, no lo es, y esta es otra maravillosa particularidad de nuestro circo. El espectáculo es cíclico, se repite cada veinticuatro horas, los trescientos sesenta y cinco días del año (trescientos sesenta y seis, si es bisiesto). Una maravilla.

Pasen y vean. Siéntense cómodamente y disfruten.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Nada es imposible (I) - los deseos

Primera entrada "idealista"

Los deseos son aquellas pretensiones a las cuales calificamos de más desesperadas y profundas de nuestra alma.

Hay quien dice que deseamos cosas posibles o imposibles, pues bien, esto es incorrecto: los deseos son siempre sobre cosas imposibles, deseamos cosas que sabemos que de otro modo no conseguiremos, por eso nos limitamos a “desear algo” y esperar sin más que por fuerza divina, de los astros o de la vela del pastel de cumpleaños, se realice. Por contrario, si deseásemos cosas posibles, serían cosas por las que pudiéramos movilizarnos y actuar por lograr realizarlos, nos implicaríamos en ello, y eso lo hace dejar de ser deseo y ser una meta para nosotros.

Un deseo se formula y se espera, hay quien lo hace con esperanza de verlo hecho realidad sin plazo fijo. Un deseo nunca se cumple, lo que llamamos un deseo cumplido, no lo es, deja de serlo en el momento en que es posible.

Nada sucede por gracia divina ni casualidad, todo está en tu mano. Si no, analicemos los deseos más frecuentes dados a lo largo de la historia de la humanidad: inmortalidad, capacidad de volar con tu propio cuerpo, enamorar a quien te enamora, recuperar el amor perdido, la resurrección de los muertos, hallar la verdad, descubrir el porqué del universo, poder, dinero, lotería… Si los deseos son un invento de Dios, desde luego hay que joderse qué mala leche tiene. Dotarnos de la capacidad de esperar cosas que sabemos que nunca sucederán es una crueldad.

Sin embargo un deseo es algo perfectamente pensable, ya que está en nuestra mente. Hay cosas racionalmente imposibles como es poder volar o racionalmente posibles pero difíciles de pensar. Cada persona percibe su entorno de una manera distinta según su circunstancia y actúa en consecuencia. En un momento dado, esa persona, por racional que sea puede llegar a “desear” algo imposible, algo que puede hacer de su circunstancia algo mejor, peor no deja que sea así justo por su razón, ese ver las cosas “tal como son, hay que aceptarlo” sin dejar posibilidad de pensamiento a otras posibles ideas como que si las cosas no son como se quiere, es justo por que no se quiere pensar de otra forma, y esa es la primera barrera que nos impide ver las cosas de otro modo y dar hechos posibles como imposibles. Aquí recurrimos a formular un deseo por que vemos que de lo contrario no se cumplirá, sin embargo, como ya hemos dicho, nada sucede por inercia de las energías ni los hados, si eres capaz de centrar tu mente, conocer y ampliar el campo de visión, abrir tus posibilidades, comprender que no todo tiene por que ser justo como tu razón te dice que tiene que ser, puedes llegar a cosas inimaginables.

Nada es imposible, ni tal siquiera repetir una historia o impedir que tu razón te traicione, en muchas ocasiones, la razón humana nos hace actuar en contra de nuestros propios “deseos” haciéndonos ver nuestra propia circunstancia como algo invariable, pero que sin embargo, si tomamos nuevas formas de pensar dentro de nuestro propio pensamiento, tal vez si escuchamos un poco a nuestra “alma” que tiende a decirnos lo contrario a la razón, podemos descubrir que quizás lo que nuestra razón nos dice no es lo que nos dará felicidad, y que asuntos que no requieren racionalidad, no debemos condicionarlos a ella.

Todo está en la cabeza, tu razón te puede decir que piensas, pero jamás qué sientes. No hay que hacer caso a los dictados sentimentales de la razón, es un campo que no le pertenece, y por esto es tu razón la que te impide actuar según los dictados del alma, aquí es donde definitivamente murieron los deseos. Si tu razón dicta tus sentimientos, no serán tales, ya que el campo sentimental, de la ilusión, la creencia, la amistad, el amor, pertenece a aquello llamado "alma" y no a la razón. La razón te persuade para convencerte de una realidad con la que te tienes que conformar, sin posibilidad de cambio. Hay un conocido refrán que dice "No se ama con razón, con razón se ama" y es un buen ejemplo de una de las muchas barreras que interpone la razón y las ilusiones.

Por eso yo propongo esto: No desees nunca, pretende, ponte en marcha, haz que sea posible si quieres lograr algo, lábratelo, hazlo tuyo, lucha contra lo que te diga la razón y descubrirás el sentimiento, conserva el bien que consigas, no lo dejes marchar, no pierdas oportunidad, recupéralo.

Transforma los deseos en metas, haz que no sean deseos, cosas que a través del esfuerzo, la dedicación, la perseverancia, la paciencia, el apoyo, el amor, la determinación se puedan realizar. No dejes a la razón intervenir, o nunca alcanzarás esa felicidad. No te conformes solo por lo que te diga la razón que tienes ahora, no creas que es suficiente, si sabes que necesitas más o que necesitas algo que tuviste, a por ello, deja a un lado el sentido y haz caso al corazón. Nada es imposible, no al menos si no deseas nada y empiezas a luchar. O no.

sábado, 5 de septiembre de 2009

El tiempo (I)

Suena el despertador. Te despiertas, el molesto zumbido te traspasa el alma y el cerebro. Son las [inserta aquí la hora a la que te despiertas normalmente], es pronto todavía, aún no han puesto ni las calles, voy a dormir dos minutitos más, piensas, mientras tus párpados se caen y las legañas hacen las veces de pegamento.

Media hora después te incorporas de golpe. Por algún extraño motivo que la razón humana no alcanza a entender, el despertador se ha desprogramado y se ha negado a sonar de nuevo. Llegas tarde. Llegas media hora tarde. Despertarte, vestirte, abrir la puerta y salir corriendo cortando el aire como un rayo es todo uno. Y en el coche, o en el autobús, o en el tren, o en el trolebús, o en el que sea tu medio de transporte habitual, piensas en la pedazo de peta que tu profesor, o tu jefe, o tu novio/a, o quienquiera que sea con quien hayas quedado, te va a echar encima por tu improcedente, imperdonable e injustificado retraso.

Te voy a decir algo. De entre todos los inventos absurdos, ridículos e inservibles que ha parido la humanidad, el tiempo es el peor de todos. Pero, ¿qué es el tiempo? Venga, dímelo. No hay huevos a definirlo sin mirar el diccionario. La realidad, si es que existe (aunque eso ya es otro tema), lo hace al margen del tiempo; el tiempo no es más que un molde que le ponemos a la realidad porque nos conviene… El tiempo es el único invento que no existe ni después de inventado. ¿Entonces, por qué nos lo hemos sacado de la manga? Pues porque el tiempo nos permite decir: esto ha ocurrido antes, esto otro está ocurriendo ahora, esto de más allá va a ocurrir luego… Pero, ¿quiénes somos nosotros para decidir lo que fue antes, lo que es ahora y lo que será luego? ¿Por qué no podemos morirnos antes de nacer? Si no nos hubiéramos inventado el tiempo, podríamos hacer cosas tan molonas como ésa.

No contentos con haber inventado algo tan molesto y perverso como el tiempo, encima ideamos formas de medirlo. Y ahí están los aztecas y los mayas haciendo calendarios precisísimos…, y Julio César, y Playboy haciendo calendarios también… Tampoco sé a quién le dio por dividir el año en días, y el día en horas (¿por qué veinticuatro?), y las horas en segundos (¿por qué tres mil seiscientos? Coño, ¿es que no había divisiones más sencillas?).

Pero lo que más me carcome el alma es el tema de los horarios. Esas tablitas de colores cutres hechas en Word que cuelgan en los tablones de anuncios de los centros de trabajo, de las universidades, de los colegios y demás instituciones. Para mí que los horarios son los instrumentos de dominación más peligrosos que existen… Los horarios controlan nuestra vida, y seguro que detrás de ellos hay un peligroso complot internacional.

Porque si no, no se explica que tengamos que levantarnos a eso de las siete de la mañana, hora arriba hora abajo (y estamos hablando de España, que en otros lugares son más exagerados todavía). Tal aberración debería ser denunciable. Los políticos deberían demostrar que sirven para algo promoviendo una ley que prohibiera que la jornada laboral y lectiva comenzara antes de las once de la mañana. Las once es una hora aceptable para comenzar a trabajar, o a estudiar… Pero, ¿las siete? Por favor, ¿qué broma es ésta?

Piénsalo bien. Si pudiéramos viajar hacia atrás en el tiempo para agarrar al gañán que lo inventó y pegarle cuatro pedradas y así evitar que condenara a la Humanidad a vivir por y para el tiempo hasta el fin de su existencia, todo sería mucho más fácil y divertido. Tu jefe no te despediría por llegar tarde (disculpe, yo no me he retrasado; usted es quien se ha adelantado), ni tu profesor te suspendería por no entregar a tiempo -otra curiosa expresión-, el dichoso trabajo de Lengua (¿que era p’al lunes? ¿Y ande queda eso?), ni tu novia te dejaría por no acordarte de vuestro aniversario (¿que llevamos un año juntos? ¿Y puedo preguntarte, cariño, qué coño es un año?).

Si es que el tiempo es una mierda, joder… ¿O no?

viernes, 4 de septiembre de 2009

Todo puede ser... o no

Recordad siempre plantearos esto siempre que hagáis una afirmación:

'O no'

Dentro de lo que son las cosas, el hecho de ser por ser, puede ser o no. Fuera incluso también; o no.

No pretendo que nadie entienda lo que acabo de decir, solo me gustaría exponer, que toda certeza, toda seguridad, toda cosa que sea, toda cosa que tenga algo, puede serlo, puede tenerlo, así, asá… o no. Por ejemplo:

- A las personas les puede gustar el chocolate… o no. (Cuestión de gustos personales)
- Alberto podría dejar de tocar el piano… o no. (Como a él le gusta tocar el piano, es improbable que lo deje, aunque siempre será decisión suya)
- Podríamos haber abandonado la idea de hacer un blog como este… o no. (Pero decidimos ponernos a ello, sin embargo, no quita que nos cansemos y lo abandonemos)
- Me puedo ir a estudiar la carrera a Cuenca… o no. (Aunque quiero que así sea y es mi objetivo, puede ser que no ocurra)

No hablamos de “o no” en cuanto a la relatividad de la situación de cada uno o su entorno, sino en cuanto al simple hecho del poder ser o no, independientemente de la circunstancia. Aunque algo siempre sea así, aunque tengas una gran certeza de que algo es así siempre, podrá ser o no.

Al igual que mi profesora de filosofía –la cual me suspendería ahora mismo si pudiera- nos preguntaba si la mesa era verde (me gustaría tomar esta propuesta suya como punto de partida) o si simplemente la veíamos verde… Me ahorrare toda explicación sobre tal pregunta para añadir a todo esto, que su propuesta, puede ser una propuesta correcta, o no. No hay modo de saberlo. También, que simplemente, la mesa puede ser verde, o no, aunque todos la veamos así.

A lo largo de todas las entradas que haga en este blog, emplearé la expresión “o no” a menudo, ya que a mi parecer, es algo que conviene puntualizar tras cada información, y más si se habla de pensamientos personales, los más imprecisos que tiene el ser humano. O no.

Yo podría seguir escribiendo sobre esto, o no. Y va a ser que de momento, sí que será así.

Querido Alberto...

Voy a decirte algo, amigo mío:

Se que puede que no te importe, pero puede que algo más que a cualquiera que lea esto. Realmente, a no ser que redactes consejos generales, tutoriales sobre cómo hacer algo o una guía útil para ligar; a nadie le importará lo que vaya a escribir aquí. A mi tampoco me importa que a nadie le importe (aunque si mostráis interés, claro que me alegraré ^^), y toda crítica hacia lo que aquí se diga, no cambiará nada que ya esté escrito, por que los errores, errores son al fin y al cabo y nosotros queremos equivocarnos mucho.

Yo quiero escribir aquí cuanto pienso, te lo diré a ti y a todos, y me da igual a quién le importe o deje de importar, solo me interesa dejar un poco de mi pensamiento por aquí para que podamos discutir acerca de cualquier tema que nos surja. Si bien hablaremos sobre por qué utilizamos palabras y su importancia, las relaciones humanas, el propio pensamiento, el sentido de muchas cosas, etc.

Quiero comentar aquí mis impresiones sobre diversas preguntas que se hace el hombre y me hago yo mismo, quiero sacar nuevos porqués a la vida, al pensamiento humano, responderme, que me respondas y seguir encontrando nuevas preguntas.

¿Tu que dices?