jueves, 31 de diciembre de 2009

2010

Me pidieron que escribiera una entrada corta, y aquí está.

Ojalá que el año 2010 sea uno de los mejores de vuestras vidas.
Un abrazo para todos.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Feliz Navidad... ¿a todos?

Seamos sinceros. Me cansa un poco que todo el mundo me desee feliz Navidad. Que no se me malinterprete. Me gusta que mi gente se acuerde de mí en estas fechas. Recalco el posesivo: “mi” gente. Pero mi gente, y ya. El otro día, fui a devolver un libro a la biblioteca, y nada más entrar me topé con un cartel con una felicitación navideña escrita. Al salir de la estación de tren, me encontré con un autobús en cuyo cartel electrónico (donde normalmente estaría el número de línea) podía leerse “Feliz Navidad”. Llegué a casa y miré el buzón: una carta de felicitación de El Corte Inglés, firma del presidente (eso sí, escaneada) incluida. Encendí la televisión, y los típicos anuncios publicitarios “La compañía telefónica X te desea feliz Navidad”, “Coca-cola te desea feliz Navidad”, “la Asociación de Defensores del Gato Montés de Villarrobledo del Medio te desea feliz Navidad”... tardaron poco en aparecer. Luego están los contactos de Tuenti o Messenger, que apenas conoces de una hora, que envían eventos masivos de felicitación a todos sus contactos, como si significaran algo para ti.

En resumen, la hipocresía (ese bendito disfraz...) nos rodea, incluso en estas fechas, cuando todo parece bonito y nevado. Y es que somos hipócritas hasta en Navidad, cuando felicitamos por obligación o por compromiso, y no porque en realidad nuestras palabras amables se correspondan con nuestros verdaderos sentimientos.

Por eso, he decidido despedir el año con una pequeña dosis de sinceridad: sólo voy a felicitar la Navidad a aquellos que en realidad signifiquen algo para mí. Empiezo.

Feliz Navidad a mi familia. No a toda mi familia, sólo a aquélla parte que de verdad me importa. A mis padres, por ejemplo, que tienen el cielo ganado. Y a mis amigos. No a todos mis amigos, sólo a los de verdad. A los que recordaré siempre, incluso aunque nuestros caminos se separen algún día.

Feliz Navidad a todos los que se han reído conmigo. Y a los que han llorado conmigo. Y a los que han hecho ambas cosas a la vez, que es posible, por raro que pueda parecer. Feliz navidad también para todos aquellos con quienes he reído, o llorado, y, por supuesto, para aquellos con quienes he hecho ambas cosas a la vez.

Feliz Navidad a los que han estado ahí. Y a los que no han estado, pero les gustaría haber estado.

Feliz Navidad a todos los que intentan hacerme la vida más agradable, aunque no les vaya incluido en el sueldo. A la chica que me sirve la comida en la cafetería de la facultad, porque siempre me llama “cielo”. Y al señor que vende los billetes de tren en la renfe en el turno de tarde, porque siempre te sale con alguna bromilla graciosa, y eso siempre se agradece.

Feliz Navidad a mis profesores de Bioquímica, por tener la paciencia suficiente para pasarse durante una hora resolviendo mis desesperadas dudas, en privado y a cuatro días del examen. Felicitaciones para mi profesor de Física, porque Jesús dijo que hay que amar a nuestros enemigos.

Feliz Navidad a todos los que no me han dejado solo. A los que no me han rechazado. A los que han soportado mis días tontos. A los que me han pedido perdón, y a los que me han perdonado. Feliz Navidad a los que han sabido guardarme un secreto. A todos aquellos en quienes he confiado. Y aquellos que me han permitido saber lo que se siente cuando alguien confía en ti.

Feliz Navidad a todos los chicos y chicas de teatro, por esas mañanas, y tardes, y noches. Y por esos nervios inconfundibles. Feliz Navidad a los kamikazes, porque no sabéis hasta qué punto sois importantes para mí. Y a mis compañeros de la uni, por lo rápidamente que habéis hecho desaparecer mi miedo al cambio.

Feliz Navidad a los lectores del blog, que sois pocos pero fieles, por la paciencia que demostráis leyendo nuestras idas de olla.

Feliz Navidad, en definitiva, a todos los que han significado algo para mí en este año que se nos escapa. Y a todos aquellos para quienes yo he significado algo. Y a los demás...

A los demás, que sean otros quienes se encarguen de felicitarlos.

viernes, 4 de diciembre de 2009

¿Por qué dejé de ir a la iglesia?

Quiero dejar claro que este artículo (o como queráis llamarlo) no es en absoluto una crítica a toda la Iglesia católica en su conjunto. Antes he respetado, respeto ahora y respetaré siempre cualquier tipo de creencia religiosa, y la Iglesia católica no es menos. Siempre admiraré y defenderé la labor de los curas de pueblo, de los misioneros y demás voluntarios que actúan por su fe. Esta crítica no va dirigida en absoluto a ellos, sino más bien a todos los carcas vaticanos que no pueden ni vérsela cuando mean. También quiero aclarar que no tiene nada que ver ser no-practicante y ser ateo. Creo en Dios, y cada vez estoy más convencido, y no tengo ningún reparo en decirlo. Pero no en la Iglesia. Y que conste que le concedo muchas cosas a la Iglesia. Le concedo, por ejemplo, que no es tan mala como algunos nos quieren hacer creer. De todas formas, no me voy a extender más con las advertencias previas. Total, nunca sirven para nada.

Siempre, durante toda mi infancia, y hasta hace cosa de un año, me he comportado como un verdadero religioso-cristiano-católico-practicante, y eso incluía ir a misa los domingos (los sábados también valía) y hasta incluso cumplir religiosamente (nunca mejor dicho) los mandamientos (excepto el sexto, que ése no lo cumple ni Dios).

Poco a poco me fui distanciando. El último año de preparación antes de la confirmación (que a mí sólo me sirvió para comprarme un traje gris muy mono que luego me sirvió para un par de obras de teatro) fue sencillamente horrible. Nos pasaban lista, como en un examen, nos obligaban a ir de “convivencia”, lo de saltarse una misa tenía unas consecuencias peores que matar a tu madre, y encima teníamos que pagar para ello. Todo eso terminó con las pocas ganas que me quedaban de seguir pasándome por allí.

Hace poco me fui de boda una boda (sí, uno de esos eventos cuya finalidad principal es lucir vestido nuevo y emborracharse hasta el coma), con ritual religioso incluido. Me dediqué a escuchar el sermón del cura, con la esperanza de encontrar en él algo que justificara todas las horas que perdí los domingos por la mañana hasta mis dieciséis años, algo que me dijera: “después de todo, la Iglesia no es tan mala. Ha merecido la pena”. Mi gozo en un pozo. Sucedió todo lo contrario. El cura, más franquista que Franco, haciendo se su capa un sayo, o por mejor decir, de su sotana una armadura, soltó por su boquita de piñón un discurso intolerante, homofóbico y mentiroso. Exaltó el matrimonio eclesiástico, que, según él, estaba “de enhorabuena”. Y una mierda. Cada vez menos gente se casa por la Iglesia, y a la mayoría de los que lo hacen (como era el caso) les sobran dedos al contar las veces que han pisado una iglesia. Luego empezó a meterse con cualquier otra orientación sexual que no fuera la heterosexual, llegando a calificarlas de indignas. Posteriormente, el discurso siguió una temática política. Desconecté, y para pasar el rato, me dediqué a hacer una lista mental de todos los porqués que me habían alejado de la Iglesia.

¿Por qué...?

Porque estoy harto de que hablen de respeto y de tolerancia cuando sus armas son la amenaza y el miedo.
Porque no entiendo su absurda y repugnante aversión hacia aspectos de la vida tan sanos como el sexo.
Porque da igual lo que diga la medicina, la biología, la astrofísica o cualquier otra ciencia o conocimiento lógico basado en la razón, si va en contra de sus principios morales, que son cualquier cosa menos morales.
Porque estoy hasta los cojones de que siempre traten de imponer su moral radical y absolutista.
Porque los mandamientos ya no los cumple ni Dios.
Porque a estas alturas de la vida, no dejo que nadie me diga qué puedo hacer y qué no.
Porque si te haces una paja vas al infierno.
Porque si follas antes de casarte vas al infierno.
Porque si cometes el imperdonable error de amar a alguien de tu mismo sexo, vas al infierno.
Porque si miras a una chica en minifalda, vas al infierno.
Porque si no vas a misa, vas al infierno.
Porque cualquier cosa que puedas hacer para mejorar tu vida, para decidir por ti mismo, o para ser más libre, te va a conducir irremediablemente al infierno.
Porque el infierno me la come.
Porque estoy harto de que identifiquen la homosexualidad con la pedofilia en sus sermones mientras dejan el emule abierto para descargarse la última peli de porno infantil.
Porque cada uno debe vivir su fe (o su no fe) como le salga de las pelotas.
Porque a saber de dónde sale el humo de la fumata blanca.
Porque es inadmisible que acusen a los políticos pro-abortistas de asesinos y los amenacen con la excomunión mientras permiten que Augusto Pinochet comulgue y se queden tan panchos.
Porque si por ellos fuera, aún estaríamos quemando brujas en el World Trade Center.
Porque el voto de pobreza se lo pasan por el forro del monedero, y el de castidad, por el de los cojones.
Porque predicar la humildad y la servidumbre mientras se preside un país y se posee un banco privado, quieras o no, queda un poco raro.
Porque un señor vestido de negro y rojo con una bufanda en la cintura y un gorrito ridículo en la calva no es un cardenal: es una broma con patas.
Porque con una columna de El Vaticano se erradicaba el hambre en el mundo.
Porque el uso adecuado del preservativo sí sirve para frenar el avance del sida, panda de subnormales.
Porque si yo no he oído a Zetapé decir misa, tampoco quiero que los curas transformen sus sermones en mítines políticos.
Porque aquí cada uno se jode cuando le toca, y ya no estamos en la Edad media.
Porque las viejas que se pasan todo el día rezando de corrido sin pensar qué coño están diciendo me dan mazo de grima.
Porque el Ratzinger me cae mal, por muy bien toque el piano, y más después de haber escogido un nombre tan fuera de moda como Benedicto, pudiendo haberse llamado Sixto VI, con lo gracioso que hubiera estado.

En definitiva, porque es verdad que no pisar la iglesia no me hace mejor persona..., pero creo no equivocarme si digo que tampoco me hace peor. Y al menos me permite sentirme un poco más sincero conmigo mismo.

Un saludo.