jueves, 22 de octubre de 2009

Todos iguales. Todos diferentes

Desde que nacemos, nuestros padres, nuestra familia, nuestra sociedad en general, nos inculca que todos, sin excepción somos iguales. Iguales ante la ley. Iguales ante Dios. Iguales, al fin y al cabo. Que los chicos son iguales que las chicas. Que los altos merecen el mismo respeto que los más bajitos. Que los homosexuales cuentan con los mismos derechos que los heteros (eso sí, hijo, tú mariconeos, ninguno…).

Para variar, no estoy de acuerdo. Pienso que todo esto es una gran mentira. La igualdad absoluta, entendida tal y como la conocemos ahora, es otra manifestación más de la infinita estupidez humana.

Cada uno de nosotros es único en su especie, es decir, en la especie humana. Nuestro código genético es personal e intransferible, como el bonobús, e incluso en los escasísimos casos de gemelos con idénticas secuencias de ADN, es innegable que cada uno de los hermanos es una persona diferente, con personalidades diferentes, modos de reaccionar diferentes, e incluso, con algo de tiempo, señales físicas diferenciadoras. Tal vez se parezcan. Tal vez sean semejantes, pero nunca serán iguales. Y es que lo que somos; lo que podríamos llamar nuestra alma, no es sino la suma de la información contenida en nuestros genes más el ambiente donde nacemos y nos desarrollamos. Y dentro del ambiente se incluyen factores tan variopintos como el clima, las vivencias personales, la influencia de las personas con quienes convivimos, etcétera. Así, podríamos decir que estamos determinados por un complejo sistema de variables que, debidamente combinadas, nos conforman como personas independientes y diferenciadas del resto.

Mi punto de partida, por tanto, es que todos somos diferentes. Piensa en tu mejor amigo/a. Haz una lista de cosas que tienes con él o ella en común (fíjate en vuestros gustos musicales o cinematográficos, aficiones, series y programas de televisión preferidos…, cualquier cosa que se te ocurra vale). Ahora haz una lista con las cosas que no tenéis en común. Estoy seguro de que la segunda lista te saldrá considerablemente más larga que la primera. Lo que ocurre es que a veces resulta que, casualidades de la vida, nos parecemos en algunos aspectos, y ya nos creemos que eso va a pasar siempre.

Quizá esta postura sea algo radical, y desde luego plantea no pocos inconvenientes. Sin embargo, también elimina unos cuantos problemas. Por ejemplo, pone de manifiesto el absurdo del miedo a lo diferente. Si asumimos que todos somos distintos, no tiene sentido alguno tenerle miedo o aversión a personas de diferente raza, sexo, religión o con distinta ideología u orientación sexual, ya que, si te paras a pensarlo, ellos son tan diferentes a ti como tú a ellos. La diferencia es más justa que la igualdad, porque no hace distinciones. La diferencia nos trata a todos por igual, porque, en el fondo, lo único que todos tenemos en común es que somos diferentes.

Paradojas aparte, hemos dejado reflejado más arriba que esto plantea algunos inconvenientes. Por ejemplo, si no es posible la igualdad, ¿es falso que todos somos iguales ante la ley? Mi respuesta es que sí, es falso. Y el que la ley te sea favorable o no depende de muchos factores: de tu posición social, de si tienes o no enchufes, de la cantidad de fondos de que dispongas para intentar sobornar a los magistrados… Pero incluso suponiendo la existencia de un mundo ideal en el que no se den estas situaciones, seguiría pensando que la ley no es igual para todos. Para empezar, la ley no puede tratarte de igual modo si eres culpable o si eres inocente. Tampoco creo que haya dos delitos exactamente iguales; siempre hay variables: no es lo mismo robar por necesidad que por avaricia (aunque no me voy a parar ahora a pensar si justificaría alguna de las dos motivaciones). Ni siquiera es lo mismo delinquir conscientemente que hacerlo sin conocimiento de causa, o sabiendo sin saber, o bajo una presión externa. Todos estos supuestos contemplados en la ley, y los que no están contemplados, nos dan una idea del punto al que llega nuestra desigualdad.

Pero, entonces, ¿no existe la igualdad?

Sí, es posible que exista, en cierto modo. Reitero lo que expresé unas líneas más arriba: si algo tenemos todos en común es nuestra diferencia. Y es que, como dijo alguien más inteligente que yo, la igualdad consiste en tratar a todos de manera desigual. Yo creo que tiene razón. ¿O no?

domingo, 18 de octubre de 2009

Límites del entendimiento.

La mente humana es a la vez compleja y sencilla. Durante años y años el ser humano ha estudiado y escrito acerca del funcionamiento del cerebro, sus funciones y peculiaridades. Tenemos facultades asombrosamente útiles como la memoria o la capacidad de abstracción, con lo que llegamos a que el cerebro no solo nos mantiene con vida y controla nuestro cuerpo, sino que además sirve para tratar de conocerse a sí mismo.

Así, la inteligencia humana no solo se pregunta por lo que le rodea, su origen y sus causas, sino que también se pregunta sobre sí mismo, creando un tremendo círculo vicioso: pensar en por qué pensamos y para que sirve. Filósofos y demás estudiosos han tratado este tema con sumo cuidado y dedicación, llegando la mayoría a plantearse temas que a nadie se le ocurriría pensar y desarrollar argumentaciones inimaginables sobre la mente humana.

Pero muchas veces podemos olvidarnos de que nuestra mente no deja de ser una pequeñísima parte del universo, cada mente es individual e irrepetible. Podemos incluso plantearnos que nuestras mentes no sean perfectas, que nuestro entendimiento humano tenga ciertas “lagunas” sobre cosas que no podemos explicar o que no podemos conocer simplemente por que se trata de cosas demasiado abstractas para el entendimiento mismo.

En cosas como esta, se plantea algo muy discutido a lo largo de la historia como es el tema de los sucesos paranormales, ante los cuales mucha gente se manifiesta en contra, ya que según este pensamiento, todos los sucesos tienen una base científica explicable que solo ha de ser descubierta. Aquí conviene puntualizar que la ciencia no es sino otro invento de la mente humana cuya pretensión es el conocimiento y el estudio de las realidades desde un punto de vista objetivo, es decir, imparcial y comprensible al nivel de la mente humana y ninguno más.

Quizás convendría entender que la mente humana, sirviéndose de la ciencia y explicaciones que esta da, está limitada a eso. Estos sucesos “paranormales” como los llamamos, pueden deber su explicación a algo sencilla y complejamente ininteligible para el intelecto humano y sus límites. Podemos aceptar realidades ajenas a nuestro entendimiento y comprender la creencia en espíritus, maldiciones e incluso la fe en el mismo Dios, considerado desde diversos puntos de vista en la historia en campos como la Filosofía, Teología, Religión, etc.

Puede existir un punto en la mente humana que permita diferenciar lo explicable de lo inexplicable, ya que aunque si es cierto que en muchas ocasiones estas cosas tienen una explicación razonable o científica para el ser humano, tantas otras quedan sin solución y quedan (ante posibles subdivisiones) dos opciones: negar su existencia o aceptar su existencia desde el punto de vista de que la mente humana, no puede explicar todo debido a sus límites.

Por lo que queda en manos de cada uno de nosotros decidir que creer o no, pero no está de más pararse a pensar si realmente todo lo puede explicar una mente tan compleja y tan sencilla como la nuestra. Nosotros contra el eterno universo, o no.

sábado, 3 de octubre de 2009

Las palabras (I)

Qué invento tan ingenioso, el de las palabras… Y tan necesario e imprescindible hoy en día. Imagínate un mundo sin palabras. Un mundo mudo, un mundo de páginas en blanco, un mundo donde para mencionar alguna cosa hubiera que señalarla con el dedo… Imagínate que quieres referirte al pico Everest, o a Ana Obregón, o a la próstata de tu interlocutor… Sería un tanto incómodo.

Con palabras se han escrito muchas cosas, y muchos son los que han reflexionado sobre ellas y con ellas; pero aún no hemos llegado a comprenderlas del todo, ni mucho menos… Por ejemplo, no podemos saber cuál fue la primera palabra que se inventó… Yo siempre he pensado que la primera palabra que se pronunció fue “¡Ay!”. ¿Por qué? Pues porque los cavernícolas, que al fin y al cabo son los inventores de las palabras, siempre han tenido fama de ser unos brutos, y probablemente se pasaran la vida peleándose y haciéndose daño. Y “¡Ay!” es la forma de expresión de dolor más universal que existe. Pero es una opinión, y se admiten apuestas.

Con las palabras se pueden hacer muchas cosas. Las palabras sirven para hacer cosas bellas, como poesías o canciones… Pero también sirven para insultar, para herir, para etiquetar… Y es que la Tierra está hecha de carbono, hidrógeno y palabras.

Hay palabras justas (igualdad, solidaridad) e injustas (racismo, homofobia); bonitas (cristal, mirlo) y antiestéticas (zarajo, padrastro); graciosas (quinquillero, pedorro) y serias (funeral, enfermedad); cortas (sí) y largas (desoxirribonucleico); positivas (sí) y negativas (no); alegres (¡¡¡fiesta!!!) y tristes (muerte); dolorosas (artritis) y paliativas (aspirina); dubitativas (quizá), seguras de sí mismas (confianza); claras (botijo) y ambiguas (huevo)… También están las intrusas, que han penetrado tan rápidamente en nuestro vocabulario cotidiano, que ya no sabemos si estamos mandando un e-mail o un correo electrónico, si nos estamos manducando un roast-beef o un chuletón de ternera, si tenemos stress o simplemente es que estamos hasta los cojones.

Ahora se está poniendo de moda lo de encuestar acerca de las palabras favoritas. “Amor”, “paz” y otras de este estilo encabezan todas las listas. Pero a mí hay una que me parece especialmente curiosa: la palabra “ojo”. Miradla bien. Observadla con detenimiento. ¿No es la jota una nariz y las oes de los lados los dos ojillos de la cara? El truco funciona también con la versión inglesa del vocablo… sólo que “eye” es una palabra que tiene sueño, o que se acaba de levantar, porque tiene los párpados a medio abrir… Por eso para mí “eye” es una palabra con legañas.

Pero…, ¿dónde quedan las palabras que ya nadie usa? ¿Dónde van? ¿Se olvidan? ¿Existen cementerios de palabras? Las palabras sinónimas…, ¿significan realmente lo mismo? ¿Cuántas palabras quedan por inventar? ¿Es estrictamente cierto que todo necesita tener un nombre? ¿O no...?